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Modelo de autor maldito, poeta y cronista de un mundo marginal, alcohólico y violento. Padeció una infancia de pobreza, maltrato y segregación, además de una extraña condición de salud. Vivió en pensiones miserables, de trabajos precarios, con menos de lo justo; solitario y obstinado en sus pocas pasiones: las carreras de caballos, las mujeres y la bebida… Resulta inimitable porque nada de eso puede fingirse
En las primeras líneas de su novela autobiográfica La senda del perdedor —cuyo título ya lo dice todo— se cifra buena parte de lo que era Charles Bukowski: «La primera cosa que recuerdo es estar debajo de algo. Era una mesa, veía la pata de una mesa, veía las piernas de la gente, y una parte del mantel colgando. Estaba oscuro allí debajo, me gustaba estar ahí». Bukoswski habitó siempre oprimido bajo el peso del infortunio, entre las sombras; y de algún modo, dio con la forma de encontrar allí, pese a todo, el placer. Se convirtió en el estereotipo del poeta marginal, y al final de su vida tenía hordas de seguidores e imitadores, pero su infortunada vida no sería fácil de emular.
Nació en agosto de 1920 en Alemania, pero antes de cumplir dos años ya se había mudado con su familia a Los Ángeles. Hijo único de un padre autoritario, alcohólico y violento, y de una madre sometida y servil, sus recuerdos de infancia se fundan en la desolación. Su adolescencia, en una década de profunda crisis en los EEUU, estuvo marcada por el desempleo del padre, las golpizas que le propinaba, y un caso de acné tan agresivo que en el hospital público en donde lo trataron los médicos afirmaban sin empacho que no habían visto nada parecido.
En el barrio obrero en que vivían, azotado por la crisis, el ambiente era duro y áspero. El padre se ausentaba todo el día aunque no tuviera trabajo a donde ir, y la madre lograba la subsistencia con ocasionales labores manuales. Charles, solitario y silencioso, conoció temprano el alcohol y las amistades de la calle.
Cuando estaba en quinto grado, el presidente Hoover fue de visita a Los Ángeles y su profesora les pidió a los estudiantes que fueran a un acto público y escribieran un reporte. Charles no quiso pedirle a su padre que lo llevara, y se inventó la crónica. Al leerla, la profesora lo supo de inmediato y lo alabó frente a todos. Pero Bukowski no se dejaba amilanar por nada.
Para tratar su inusitada condición de acné (en el rostro, el pecho y la espalda), fue sometido a un tratamiento que luego describiría como una tortura, que abandonó con numerosas heridas. Durante el reposo, se entretuvo escribiendo las aventuras de un imaginario aviador alemán de la Primera Guerra Mundial, pero su padre destruyó esos textos enfurecido por semejante pérdida de tiempo.
Era un asiduo de la biblioteca pública, aunque su padre desaprobara su afición a la lectura. Ahí dio con los autores a los que luego rendiría tributo y serían sus mayores influencias: Hemingway, Lawrence, Sherwood Anderson, Turguéniev, Gorki, Tolstoi, Dostoievski, Céline, y muy especialmente John Fante.
Fue solo dos años a la universidad pública, en Los Ángeles. Se inscribió a algunas materias (como por ejemplo, periodismo), pero finalmente no asistía. Se dedicaba a beber y a escribir con igual entrega. En 1939 se mudó a Nueva York, cuando iniciaba la guerra, y años más tarde fue arrestado por haber eludido la conscripción obligatoria. Al cabo, lo excusaron tras no haber aprobado el examen psicológico.
En la década de los 40, Bukowski conoció sus peores momentos, derivaba de un trabajo a otro, todos mal pagados y no especializados. Vivía en dormitorios comunes, casas de huéspedes y cuartos de hotel. En esa miseria, sobrevivía gracias a una barra barata de maní y caramelo. Como él mismo lo relató luego: «Solía vivir gracias a que todos los días comía una barra que costaba cinco centavos. Siempre recuerdo esa barra porque se llamaba PayDay. Esa era mi paga. Esa barra sabía tan bien, que en la noche siempre le daba un gran mordisco y era hermoso».
Viajaba por el país, vagabundeando, como jornalero ocasional en fábricas y restaurantes; lo único que valoraba era el tiempo que tenía para escribir. Enviaba sus cuentos a las grandes revistas literarias y culturales, como The Atlantic, Harpers y The New Yorker. Siempre fueron rechazados, pero a Bukowski eso no le desanimaba: lo que importaba era seguir escribiendo.
Cuando tenía 24 años, un cuento suyo fue aceptado en una pequeña pero prestigiosa revista llamada Story Magazine. Un importante agente literario de Nueva York le escribió diciéndole que lo quería representar. Pero Bukowski era ya un experto en el arte de perder, y rehuyó esa oportunidad que otros hubieran entendido como una especie de triunfo. Le contestó al agente que aún no estaba preparado. Así, en lugar de comenzar su carrera literaria, se agarró una borrachera de diez años. Regresó a Los Ángeles, siempre trabajando en empleos penosos, y viviendo en pensiones de mala muerte.
Ahí fundó todo su universo literario. Esas duras experiencias, con personajes arrojados al margen del margen, en donde entablan retorcidas formas de convivencia, pueblan sus páginas de relatos y sus versos afilados. A los 35 años, sufrió una hemorragia estomacal y estuvo al borde de la muerte. El médico le dijo que si tomaba un trago más, moriría. Por sugerencia de su novia de turno, comenzó ir a las carreras de caballos para distraerse del ansia de beber. Así conoció esa otra de sus pasiones —además de la bebida, la escritura y la música— que no abandonó hasta sus últimos días.
Cuando Charles tenía 50 años, y llevaba más de una docena trabajando en la empresa de correos, apareció un hombre que quería abrir un sello editorial y lo contactó. Había leído a Bukowski en algunos medios underground en los que había venido publicando por lustros, y le ofreció $100 mensuales si se dedicaba a escribir para él. La casa editora se llamaba Black Sparrow Press, y su dueño John Martin, quien publicó toda la obra de Bukowski: más de 50 libros, en los que se destacan sus novelas y relatos autobiográficos, y más de un millar de páginas de poesía. Pocos como él han logrado hacer literatura a partir del alcoholismo, el sexo decadente, la derrota, las carreras de caballos o la violencia doméstica, con tanta autenticidad. El de Bukowski no fue un estilo de vida ni una pose literaria, sino un sendero de desgracias contado con contudencia. Su propia manera de perder, digamos. El diagnóstico de abstinencia que le había dado el médico cuando Bukowski tenía 35, resultó finalmente exagerado: vivió hasta los 73 años (1994), y siguió bebiendo y escribiendo todos los días.
TOMADO DE: Revista Rocinante 142 Agosto 2020