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Carla Badillo Coronado
Son las 04:00 am y he terminado de empacar la última caja de libros; por ahora. Me siento sobre uno de los bultos y solo entonces me doy cuenta de lo exhausta que estoy. Arde mi espalda (ya no duele, arde). Esta vez no tuve tiempo de embalarlos de una forma idílica: alternando lecturas, tomando apuntes con calma. En media hora saldré al aeropuerto con destino a Polonia; no dormiré. Los libros empacados no son para el viaje, sino para la mudanza. Es la segunda vez que mi compañero debe estar preparado para trasladar las cosas en mi ausencia. La primera vez, afortunadamente, no pasó. Pero ahora, finalmente, conseguimos otro sitio en el centro de Lisboa; nos urge marcharnos. Es muy probable que Nuno tenga que mover las cajas antes de mi regreso. Preferiría que lo hiciéramos juntos, hombro con hombro, pues aunque no sean muchos muebles, el 80% de las cosas son discos, instrumentos y libros. En el fondo, quiero que la mudanza se concrete a mi regreso no sólo para ayudar, sino también porque mi paranoia me hace creer que algo podría pasar en el camino (por más bien cuidados que estén), que más de un libro se puede malograr o perder; por eso siempre los he cargado conmigo incluso en viajes muy largos). De la caja donde estoy sentada, sobresale Nueve ensayos dantescos que encontré el otro día, en español y a un euro, en una librería de viejos en Intendente. Había salido a comprar el pan y regresé con Borges de la mano. Como ese, todos mis libros llevan una historia que me configura; que me acompaña; que me habita. De cada uno recuerdo perfectamente su procedencia y en qué ciudad los dejé. Son las 04:15 am y, una vez más, estoy en tránsito. Los gatitos me observan desde la esquina. Me incorporo. En estas cajas está parte de mi biblioteca, mi casa fragmentada; la historia de mi vida.
***
«Mi biblioteca, tanto cuando está instalada como cuando está embalada en cajas, jamás ha sido un animal individual, sino un conjunto compuesto por muchos otros, una criatura fantástica formada por las diversas bibliotecas que construí y que luego abandoné, una y otra vez, a lo largo de mi vida. No recuerdo ningún momento en que no haya tenido alguna clase de biblioteca. Cada una de mis bibliotecas es una especie de autobiografía de muchas capas, y cada libro alberga el instante en que lo leí por primera vez. Los garabatos en los márgenes, la ocasional fecha en la guarda, el descolorido billete de autobús marcando una página por razones que hoy son misteriosas, todas esas cosas intentan recordarme quién era yo entonces. Mayormente, fracasan. Mi memoria está menos interesada en mí que en mis libros y me resulta más fácil recordar la historia leída una vez hace mucho tiempo que al joven que la leyó.»
(«Mientras embalo mi biblioteca», Alberto Manguel)