Violeta de Chile

Leonardo Parrini

De nombre vegetal, Violeta, violácea flor de hojas radicales; Parra, vitácea planta madre de la vid, es también una madre de la patria chilena. Neruda no invocó su nombre en vano: «Parra eres y en vino triste te convertirás». Así, después de vivir un siglo, volver a sus luchas y tristezas es descubrir a la Violeta de vida centuria en el instante fecundo de su arte popular. Del siglo solo vivió cinco lustros y parió la patria en la nueva canción chilena. En la perspectiva de ese siglo, Viola Chilensis, como la bautizara poéticamente su hermano Nicanor, se crece y multiplica en el eco de su poesía y música trascendentes.

Verano de 1967, febrero 5, caminaba por el malecón de La Serena, una apacible ciudad costera del norte chico de Chile, cuando vi la fotografía de un rostro vetusto que parecía gritar en la portada de papel del periódico. Su rictus de muerte, aún viva, dijo más que el titular: Muere Violeta. Años más tarde, el ciclo que inició esa visión indeleble se cerró en el invierno de 2006, cuando visité su tumba en el Cementerio General de Santiago. Fue esa fría mañana de junio de evocaciones lúgubres, recorriendo en el tiempo y en la distancia la morada de los mártires de la dictadura militar, Víctor Jara y dos mil muertos anónimos enterrados en fosas comunes del patio 29 del cementerio laico de Santiago. 

Violeta del Carmen Parra Sandoval, hija del profesor de música Nicanor Parra Parra y de la campesina Clarisa Sandoval Navarrete, tuvo cinco hermanos y dos medios hermanos. Fue una cantautora, pintora, escultora, bordadora y ceramista, considerada entre las principales folcloristas en América y fecunda divulgadora de la música popular chilena. Su infancia transcurrió como las plantas silvestres del campo en el sur de Chile, en las ciudades de Lautaro, Chillán y Villa Alegre, hasta radicarse, definitivamente, en Santiago, en casa de Nicanor Parra, su hermano. Violeta fue una chiquilla enfermiza, padeció de viruela a los 3 años, pero con el crecimiento su salud mejoraría, viviendo parte de su infancia en las riberas del rio Ñuble.

Dos mozalbetes, hermanos suyos, revelaron una precoz inclinación al espectáculo. Cuenta la familia Parra que «imitaban a los artistas de los circos que se instalaban en las proximidades del hogar. Se disfrazaban con atuendos de papel». Violeta y su hermano Lalo cantaban a dúo y montaban representaciones que cobraban a los chiquillos del barrio. Violeta empezó a tocar guitarra a los 9 años, mientras que a los 12 compuso sus primeras canciones.

Cuando su padre falleció, en 1931, Violeta se fue a vivir a Santiago invitada por su hermano, el antipoeta Nicanor Parra, que estudiaba en la capital. Retomó los estudios en la Escuela Normal de Niñas, donde no se sintió a gusto, porque era el canto y no la escuela lo que le interesaba. Comenzó a cantar en bares, quintas de recreo y pequeñas salas de barrio junto con su hermana Hilda, en un dúo de música folclórica llamado Las Hermanas Parra. En 1937 conoció a Luis Cereceda, empleado ferroviario con quien se casó un año después, y tuvo dos hijos: Ángel e Isabel, que se convertirían en destacados músicos y adoptaron el apellido materno al ingresar en el ambiente artístico.

A principios de la década de los 50, Violeta comenzó su extensa labor de recopilación de  tradiciones musicales en diversos barrios de Santiago y en varios puntos del país. En estas andanzas conoció a diversos poetas, incluyendo a Pablo Neruda y Pablo de Rokha. Su hermano Nicanor la estimuló a asumir con personalidad propia la defensa de la auténtica música chilena, en contra de los estereotipos que hasta ese momento se manejaban.

En 1954, Violeta mantuvo en la emisora Radio Chilena el programa Canta Violeta Parra, y ganó el Premio Caupolicán a la Folclorista del Año, lo que le valió una invitación para presentarse en un festival juvenil en Varsovia. Aprovechó este viaje para recorrer la URSS y parte de Europa. Fue particularmente provechosa su estancia en París, ya que allí grabó su primer larga duración Chant et dances du Chili (1956) y una serie de canciones que posteriormente se editarían en diversas compilaciones, que incluían exclusivamente canciones recopiladas del folclor chileno. El éxito obtenido en Europa era inédito para cualquier artista chileno, y Violeta se llenó de inspiración y creatividad. Durante los duros años del gobierno conservador de Jorge Alessandri, 1958-1964, los hijos de la familia de Violeta luchan por subsistir saliendo a cantar en restaurantes, posadas, circos, trenes, campos, pueblos, calles e incluso burdeles.

A su regreso a Chile, en 1957, Violeta vive con sus hijos en Concepción, al sur del país, y funda el Museo Nacional del Arte Folklórico. Posteriormente regresa a Santiago y edita tres discos en ese periodo: Canto y Guitarra (1957), Acompañada de guitarra (1958), La tonada y La Cueca (1959), bajo la etiqueta EMI Odeon, con varias de sus primeras composiciones.

La brillante constructora de décimas y composiciones poéticas —Verso por desengaño— y la musicalizadora de poemas —Cueca larga de los Meneses, de su hermano Nicanor— se consolida en el ambiente cultural chileno. Diversifica su trabajó con la producción de cerámica, pintura, óleos y arpilleras que presenta en dos ediciones de la Feria Chilena de Artes Plásticas (1959 y 1960).

En 1961 Violeta participa en el VIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Recorre la URSS, Alemania, Italia, y Francia y se instala en París. Canta en el Barrio Latino, da recitales en el Teatro de las Naciones de la UNESCO y actúa en radio y televisión; borda arpilleras y hace esculturas en alambre. Lanza al mundo de la música a sus hijos Ángel e Isabel, bajo la denominación de Los Parra de Chile. Continúa sus grabaciones con el LP conocido como Una chilena en París, que incluyó dos canciones compuestas y cantadas en francés.

En 1964 logró algo histórico al convertirse en la primera latinoamericana en exponer individualmente una serie de sus arpilleras, óleos y esculturas en alambre en el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre, en una muestra titulada Tapices de Violeta Parra. También Escribe el libro Poesía popular de Los Andes, y la televisión suiza filma el documental Violeta Parra, bordadora chilena. En este periodo forjó una firme relación con el antropólogo y musicólogo suizo Gilbert Favre, el gran amor de su vida y con quien vivió en Ginebra compartiendo su tiempo entre Francia y Suiza. Favre es el destinatario de sus más importantes composiciones de amor y desamor: Corazón maldito, El gavilán, gavilán, Qué he sacado con quererte, entre muchas otras.

En junio de 1965, Violeta regresó a Chile. A fines de ese año, instaló una carpa en Santiago con el plan de convertirla en un importante centro de cultura, junto con sus hijos Ángel e Isabel y los folcloristas Rolando Alarcón, Víctor Jara y Patricio Manns, entre otros. Llega el final de su relación con Gilbert, que se marcha a Bolivia en 1966, y origina con su partida una de las canciones más conocidas de Violeta, Run Run se fue pa’l norte.

En 1966 graba junto con sus hijos y Alberto Zapicán el disco que incluye sus himnos Gracias a la vida y Volver a los 17, además de otras canciones importantes como El rin del angelito, Pupila de águila, Cantores que reflexionan y El Albertío.

Tras algunos intentos fallidos, Violeta Parra se suicida a los 49 años de edad, de un disparo en la cabeza, en su carpa de La Reina, a las 17:40 del 5 de febrero de 1967. Violeta de Chile había doblegado su corazón amante ante el dolor de existir sin lo amado. Su Gracias a la Vida, fue un postrer adiós que sigue sonando como una oración vital, emergida de las resonancias de una vida de artista popular que perdurará por siempre, aún después de vivir un siglo.

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