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Bernardita Maldonado
Resulta que este mar con veraneantes presurosos por agotar horas de sol y arena, en sus olas a veces dóciles, mar asociado al placer de las actividades acuáticas, con la brisa acariciando los cuerpos (cada vez más sometidos a cánones de belleza) ha sido siempre lugar, orillas de contrastes, de trasiegos. Veinticuatro países, varias religiones, entre las mayoritarias el cristianismo, el islamismo y el judaísmo, de modo que el mare nostrum, más que ofrecer una cara maternal ha presentado un peligro, una amenaza, un lugar de cruces, de periplos. El Mar Medi Terraneum (mar en medio de las tierras) ha sido el testigo privilegiado de la fundación de Grecia, Macedonia, Turquía, entre otros lugares. También ha sido testigo del nacimiento de lenguas antiguas y modernas hoy en día expresadas en más de cinco alfabetos, a su alrededor surgieron el alfabeto fenicio, el código de Hammurabi, el derecho romano, los grandes signos de la cultura.
Sin duda el Mediterráneo es un surtidor de imágenes, es el mar que más representa las búsquedas, batallas, conquistas y territorialidades. No podía ser de otra forma al ser cuna de las grandes religiones monoteístas, diecisiete lenguas oficiales se hablan en sus orillas, y si se suman las lenguas no oficiales sobrepasan las ochenta; sin olvidar que en la cultura mediterránea y en las brumas de la historia se escribió la epopeya más antigua de la tierra, El poema de Gilgamesh. Es relevante también que Virgilio, el poeta latino, encargara a Dante la custodia de este mar. Precisamente de la espuma de las aguas del Mediterráneo surge Afrodita y sus deidades equivalentes: Ishtar en el mito mesopotámico, Inanna en la mitología sumeria, Astarté en la sirio-palestina, Turan en la mitología etrusca y Venus en la mitología romana.
En la literatura
El Mediterráneo es un lugar de privilegios afectivos, ha nutrido un rico y extenso imaginario, puesto que el mar es por excelencia la metáfora de los sueños, de la libertad, de horizontes hacia otros mundos, es el principio universal de la vida y la muerte, pero igualmente el lugar del misterio, de lo oculto, de aguas pelágicas y abisales. El hombre antiguo concebía el mar como un límite, casi una prohibición por su inquietante inmensidad, «el mar es muerte» para Catulo, pero esto ya lo sabían mucho tiempo antes los argonautas que acompañaban a Ulises.
La visión del mar Mediterráneo nos ha sido transmitida por Ulises, por Butes, el argonauta disidente que se dejó envolver en los cantos de las sirenas sin obedecer la advertencia de poner cera en sus oídos. El mar es el topos literario de la Antigüedad como después fue el bosque en la Edad Media. El arquetipo de Ulises y la metáfora del viaje se han inspirado en el Mediterráneo, la sola evocación de los mares que lo conforman ya nos remiten a un riquísimo imaginario: mar Adriático, mar Jónico, mar Tirreno, mar Egeo, etc., extraordinarias resonancias que trazan el horizonte hacia otros mundos que la literatura recoge, desde los trágicos griegos hasta ciertas formas actuales que tiene la mitología griega en poetas como Seferis, Elytis, Cavafis.
La experiencia de la fraternidad
Sin duda, los gestos de fraternidad están presentes en las literaturas fundadoras que surgieron a las orillas de este mar: Gilgamesh deplora la muerte de Einkidu, el Quijote pierde su última batalla en las playas del Barcino y regresa a su lar a morir cuerdo —como si la razón no fuese muchas veces el peor castigo—, los caballos de Aquiles llorando la muerte de Patroclo, por citar algunos ejemplos.
Los pescadores tienen un trato más íntimo y familiar con el mar, quizá por ello su feminización, «la mar», con resonancias maternales. Los pescadores y marineros establecieron una lengua franca que pervive conocida como «parla marítima» para facilitar el contacto, el salvamento. En este mar empezó el camino a la razón y a la belleza, a la poesía como la experiencia afectiva, al interés por dirigirle la palabra a otro, a los otros. Hace milenios Ánite de Tegea escribía un hermoso epitafio para un grillo y un delfín, hace milenios Safo escribió un arrebatador poema a la luna, ciertamente estas composiciones son poco conocidas. Lo importante es que, junto a las grandes manifestaciones literarias, han pervivido estos epitafios y cantos, este testigo de la poesía como experiencia fraterna ha continuado con poetas como la griega Niki Giannari, quien desde el paso fronterizo de Idomeni dice que «los hombres olvidarán estos trenes/como olvidaron aquellos otros» o el palestino Mahmud Darwish, que escribe «¿adónde iremos después de las últimas fronteras? ¿Dónde volarán los pájaros después del último cielo?». Ellos nos transmiten una experiencia de apertura, de amor hacia los otros, expresamente hacia aquel al que se refería Seferis como «alguien desconocido, / anónimo, pero que hubiese visto / un Escamandro con aquellos aluviones de cadáveres, / no estuviere llamado fatalmente / a oír al emisario que descubre / cómo tanto dolor y tanta vida / se despeñaron al abismo».
Precisamente porque, junto a las grandes épicas de las que tenemos noticias, conviven las manifestaciones de afecto y empatía hacia los otros, es de esperar que el Mediterráneo vuelva a ser el mare nostrum o «la mar» y no el mar central como últimamente se lo llama, ya que esta centralidad es la división resultante de una suerte de carambola cósmica; sabemos que en la Pangea la Tierra estaba unida, sabemos que el agua constituye las tres cuartas partes de la Tierra, quizá no estemos lejos de que otra carambola cósmica, propiciada por nuestra indolencia y la avaricia de los poderosos con el planeta, revierta la geografía y el sur sea el norte.
En esta orilla bañistas, vacaciones, ocio, selfie de felicidad impuesta, en la otra orilla, muros de la Europa fortaleza, en el medio rostros agotados, desesperación por salvarlos y un mar que pudo intuir el poeta Seferis cuando escribió «nadie los recuerda. Justicia».
TOMADO DE:
Revista Rocinante #131
Septiembre 2019