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La vida como la muerte de personajes célebres siempre ha estado rodeada de polémica. El caso de Pablo Neruda no es excepción. La existencia del poeta chileno, así como su fallecimiento acaecido el 23 de septiembre de 1973, ha estado envuelto en un halo mítico. Siempre se dijo en una versión oficial que la causa de la muerte de Neruda fue un cáncer de próstata de lento desarrollo. No obstante, una versión cobra fuerza en los últimos años en torno a la posibilidad de un homicidio, cuando una investigación forense estableció que el poeta no murió por caquexia o alteración del organismo que aparece en la fase final de algunas enfermedades terminales y que se caracteriza por desnutrición, deterioro orgánico y gran debilitamiento físico.
La versión del crimen que se difundió en círculos de prensa fue la que entregó el chofer del poeta en el sentido de que Neruda habría sido envenenado. Esta revelación dio lugar a una investigación que se vio interrumpida por el gobierno militar chileno que no canceló haberes a un laboratorio internacional en Canadá. El estudio que se basó en pruebas proteómicas detectó una bacteria letal en organismo del poeta. El chofer de Neruda se ratifica en que el poeta fue asesinado mediante una inyección suministrada en la clínica que lo atendió. Sin embargo, esta versión no prosperó porque la investigación no encontró evidencias que respaldaran esa teoría.
Otra versión acerca del final de Neruda dice relación con la depresión que sufrió el poeta en los días posteriores al golpe de Estado militar del 11 de septiembre de 1973. En su libro Confieso que he vivido, Neruda relata los últimos días del gobierno de Allende y las primeras horas de la dictadura pinochetista y lo hace en un tono de afectación profunda. La obra, escrita a lo largo de varios años, termina estrepitosamente con la muerte del poeta, apenas doce días después del violento golpe militar. Si bien es cierto que el cáncer prostático que padecía Neruda no tenía un buen pronóstico, los acontecimientos que rodearon el golpe militar, la represión, la muerte de Salvador Allende y de miles de chilenos debió influir notablemente en el estado de salud física y espiritual de Neruda. Unido al hecho de que sus libros fueron prohibidos por la dictadura y quemados en hogueras públicas en señal de repudio oficial a los “ideales comunistas”. Un ensayo sobre Neruda narra cómo los militares asaltaron dos de sus casas en Santiago, una en las cercanías del Cerro San Cristóbal, y otra, en un barrio periférico de Santiago. En ambas confiscaron sus libros y colecciones privadas de arte y objetos conservados por el poeta desde sus viajes por el mundo.
Más allá de la polémica que rodea las circunstancias de su muerte, el legado de Pablo Neruda está vigente, hoy más que nunca. Su obra motiva diversos estudios académicos y continúa siendo un referente para poetas de todas las generaciones en el mundo. Tanto la vida como la muerte de Neruda alberga un lado claroscuro. Su vital convicción política lo convirtió en un trashumante en su propia tierra y por las tierras del mundo. Ya de muerto sus restos fueron cuatro veces enterrados hasta llegar a Isla Negra, frente al mar como fue su postrera decisión. El más grande poeta del siglo XX, auguró un destino inexorable: Hay cementerios solos / tumbas llenas de huesos sin sonido / el corazón pasando un túnel /oscuro, oscuro, oscuro / como un naufragio hacia adentro nos morimos / como ahogarnos en el corazón / como irnos cayendo desde la piel al alma.