El cine como arma revolucionaria

  • Cine

Por Cintia Neve

Para Latinoamérica los años setenta fueron sinónimo de lucha política, de revoluciones y dictaduras, algunas abiertas y otras encubiertas. La vida pública de las naciones de América Latina estaba atravesada por miradas y acciones sociales. El cine no estuvo exento de esta forma de vivir y experimentar la vida. Desde Argentina se gestó un movimiento de cineastas comprometidos con el ideal revolucionario latinoamericano: el Cine de la Base. “Nuestra idea era hacer una película en cada país de Latinoamérica. Empezamos con México porque consideramos que la Revolución Mexicana fue la más importante del siglo. Raymundo viajó con la cámara, yo con el sonido y Humberto Ríos nos acompañó con otra cámara”, cuenta Juana Sapire, la primera mujer sonidista del cine argentino. Raymundo Gleyzer fue uno de los más importantes documentalistas argentinos, comprometido con la causa revolucionaria a través de su labor en el medio audiovisual; Humberto Ríos es un cineasta boliviano de gran trayectoria en el cine político.

A principios de los años setenta llegaron a México para documentar lo que había pasado después de la Revolución Mexicana. Los tres recorrieron el país con sus cámaras, contando con apoyo de personalidades locales como Renato Leduc y Arturo Ripstein. Lo primero fue seguir la comitiva de Luis Echeverría, el político priísta que estaba presentando su candidatura. Echeverría estaba encantado con la presencia de medios extranjeros para cubrir su campaña presidencial, sin sospechar el perfil político del equipo audiovisual.

El resultado fue la película México, la revolución congelada, una mirada de crítica social y política que este año cumple cincuenta de haberse hecho pública en casi toda Latinoamérica. En México, sin embargo, pudo ser exhibida hasta 2007, debido a las múltiples prohibiciones que se le impusieron.

El Cine de la Base

“Nuestro compromiso no es con el cine, sino con la Revolución. Nuestro cine será revolucionario en tanto nuestra práctica militante sea de revolucionarios consecuentes”, decía un artículo publicado en la revista argentina Nuevo Hombre, en enero de 1974, que sirvió como una suerte de
presentación del grupo Cine de la Base. Junto a Gleyzer y Juana Sapire estaban Alvaro Melián, Nerio Barberis, Alberto Vales, Jorge Denti y Jorge Santa Marina, entre otros integrantes. Era una forma de “colectivizar la inteligencia”, decía Gleyzer, según el libro Compañero Raymundo, con autoría de Juana Sapire y Cynthia Sabat, de próxima edición en México.

El grupo tenía un objetivo político: mostrar el aspecto más crudo de la realidad, el más ignorado por los medios de comunicación que servían a los autoritarismos en América Latina. El Ejército Revolucionario del Pueblo, como brazo armado del marxista y argentino Partido Revolucionario
de los Trabajadores, otorgaba importancia capital a la comunicación política como un vínculo con las masas. El Cine de la Base fue una célula que cuestionaba las narrativas autoritarias oficiales.

El sentido último del Cine de la Base era poner el cine al servicio del mismo pueblo que retrataba: los oprimidos, los campesinos, los obreros, los pueblos indígenas, los desposeídos de la tierra. Para inquietar conciencias, el movimiento conseguía materiales de sus trabajos en televisión donde varios de ellos prestaban sus servicios, y organizaba proyecciones de sus películas y cinedebates posteriores. Proyectaban Informes y testimonios, Operación Masacre, basada en la novela de Rodolfo Walsh, además de las películas propias. A ellas se sumaría luego el primer largo de ficción de Gleyzer, Los traidores, que denunciaba la corrupción sindical desde una historia de ficción teñida de verosimilitud.

El carácter de crítica social de las películas del Cine de la Base creó tal impresión en las cumbres de la dictadura argentina, que sus miembros fueron perseguidos y amenazados, y tuvieron que exiliarse uno a uno. Raymundo Gleyzer, que tenía trabajo y relaciones en Estados Unidos,
fue advertido de no regresar a su país dado que el mundo ya sabía lo que ocurría. Aun así, decidió volver. El 27 de mayo Raymundo comió con su madre en Buenos Aires, fue al sindicato y al salir fue secuestrado.

La última película del Cine de la Base fue Las tres A son las tres armas, cortometraje realizado desde el exilio por varios de los integrantes del movimiento tras la desaparición de Gleyzer, denunciando a la dictadura militar.

Ya entrados los años dos mil, en los Juicios por la Verdad que se llevaron a cabo en Argentina como parte del proceso de memoria, verdad y justicia, se supo que Raymundo había sido visto por última vez en el Centro Clandestino de detención El Vesubio. En su memoria, Argentina conmemora el Día del Documentalista cada 27 de mayo, el día que Raymundo fue secuestrado y desaparecido.

Tomado de La Jornada Semanal.

Tags:
administrator