Miguel de Cervantes: impronta de un manco desmemoriado

Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547 y dejó de existir en Madrid el 22 de abril de 1616. En vida fue un novelista, poeta, dramaturgo y soldado español. Conocido mundialmente por ser el autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, es ampliamente considerado una de las máximas figuras de la literatura española.

Cervantes no solo es el autor de la primera novela moderna, sino además de una obra prolífica en la que reflejó la realidad de su tiempo, El Quijote solo es superada en su cantidad de ediciones por la Biblia. Por su extensa obra a Cervantes se le dio el apelativo del Príncipe de los Ingenios.    

La vida de Cervantes está plagada de hechos insólitos y estos acontecimientos arrancan con el propio origen del apelativo de ser “el manco de Lepanto”, inspirado en su propio apellido materno de Saavedra que provienen de la voz “shaibedraa”, que en dialecto árabe magrebí significa “brazo tullido o estropeado”. Situación que nunca fue cierta, puesto que Cervantes no fue literalmente manco, sino que como es conocido se le anquilosó la mano izquierda al perder el movimiento de ella cuando un trozo de plomo le seccionó un nervio durante la batalla de Lepanto en 1571.

Un equívoco insólito dice relación con el aspecto físico Cervantes, del que poco se conoce excepto por aquel retrato que habría realizado Juan de Jáuregui a principios del siglo XVII. La pintura permaneció sin ser localizada hasta 1910, fecha en que aparece acompañando casi todas las ediciones y referencias cervantinas. Este retrato ha permanecido desde 1910 en la sede de la Real Academia Española de la Lengua y no había salido nunca de allí hasta 2016, momento en el que ha sido trasladado a la Biblioteca Nacional de Madrid para presidir la Exposición sobre Cervantes en conmemoración al IV Centenario de su muerte y donde ocupa un lugar de honor, especificando el nombre del autor, pero señalando: “Supuesto retrato de Cervantes”.

Otro insólito suceso suele ser el hecho de que jamás hubiéramos imaginado a Cervantes desmemoriado, capaz de olvidarse escribir capítulos de su célebre El Quijote, como sugiere la obra Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1895), del autor ecuatoriano Juan Montalvo. El texto contiene numerosas referencias a los libros de caballería, y hace también alusión a una serie de personajes de la política ecuatoriana de su tiempo, en particular el presidente Ignacio de Veintemilla, de quien Montalvo era furibundo adversario, y al que presenta en la figura de un ladrón ajusticiado, cuyo cadáver encuentran Don Quijote y Sancho. Es una obra de marcado anticlericalismo expresado en reiteradas burlas y censuras a la Iglesia Católica y la conducta y actitudes del clero. Considerada como una continuación de la obra cervantina, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, es la mejor aproximación al personaje cervantino, en términos novelísticos, pues logra reproducir en gran medida su esencia, según sugiere la enciclopedia española Monitor: «En el siglo XIX hemos de destacar la valiosa interpretación del ecuatoriano J. Montalvo, quien en los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes trazó una semblanza del héroe que no desdeñaría su mismo autor: el sentido de raza, tragedia y sublimación fueron magníficamente destacados por el eximio polígrafo ecuatoriano».

Diversos hechos poco difundidos de la vida de Cervantes destacan en una nota biográfica del autor. El escritor español estuvo 5 años esclavo hasta que se pagó 500 escudos por su rescate. Shakespeare lo admiraba y escribió la pieza teatral Historia de Cardenio, personaje ficticio de Don Quijote, no obstante fue tratado con indiferencia por sus coterráneos Lope de Vega y Luis de Góngora. Cervantes no se benefició económicamente de su éxito, ya que vendió los derechos a su editor, Francisco de Robles. Murió en Madrid, de diabetes, a los 68 años. Y murió famoso, pero pobre de solemnidad, como lo había sido casi toda su vida.

Al cumplirse 476 años del natalicio del célebre narrador español, tal vez pudiéramos considerar que no fue físicamente como lo retrató Juan de Jáuregui, ni manco como sugiere su apellido materno, menos aún olvidadizo, cualidades atribuidas a la impronta del manco desmemoriado que nunca llegó a ser Miguel de Cervantes Saavedra.

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