Kafka. Los años de las decisiones (Reiner Stach)
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- 11 de octubre de 2023
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«La vida del doctor Kafka, funcionario de seguros y escritor judío de Praga, duró 40 años y 11 meses. De ellos, 16 años y seis meses y medio correspondieron a su formación escolar y universitaria, y 14 años y ocho meses y medio a la actividad profesional. A la edad de 39 años, Franz Kafka obtuvo el retiro. Murió de tuberculosis de laringe en un sanatorio de Viena. Aparte de sus estancias en Alemania -sobre todo, viajes de fin de semana-, Kafka pasó unos 45 días en el extranjero. Conoció Berlín, Múnich, Zúrich, París, Milán, Venecia, Verona, Viena, y Budapest. Vio el mar en un total de tres ocasiones: el mar del Norte, el mar Báltico y el Adriático italiano. Además, fue testigo de una guerra mundial»
I
Estos párrafos (los dos primeros de la Introducción) dan la correcta medida del titánico esfuerzo desplegado por Reiner Stach a la hora de escribir este ambicioso libro (Kafka. Los años de las decisiones), primero de una serie que pretende convertirse en una biografía completa del autor praguense. Precisión absoluta en cuanto a las afirmaciones vertidas y a la expresión de las mismas son, por tanto, las divisas de Stach a la hora de abordar este trabajo, reflejando así cierta identificación con el estilo literario del biografiado. Y es que el autor, experto en la obra de Kafka y con varios libros sobre el famoso escritor a sus espaldas, es consciente de que la kafkología, es decir, la mitología alrededor de este escritor, tiene sus propias reglas y su propio discurso totalmente desligado de la realidad, un mundo que se alimenta a sí mismo; hay que centrar nuevamente nuestras ideas tomando como base hechos ciertos, citas tomadas de diarios y correspondencia (pero no necesariamente aquellas que han quedado ya desgastadas por su uso y abuso, por su empleo partidista para defender una opinión apriorística) no cediendo al impulso de dar un salto al vacío y especular sobre la trascendencia de determinados acontecimientos en la vida del biografiado si carecemos de la certeza suficiente o, al menos, si no tenemos una probabilidad de veracidad muy elevada. En definitiva, perder el miedo al vacío, a los espacios en blanco, renunciar al deseo de completitud y omnisciencia, ese vicio tan frecuente de las biografías al uso y que tanto se explota con fines comerciales. Precisamente éste es uno de los motivos por el que Stach centra este libro en lo que denomina «los años de las decisiones», aquellos comprendidos entre 1910 y 1915, años en los que asistimos a hechos tan trascendentales como la confirmación de las dotes literarias de Kafka, su relación con Felice Bauer (y su posterior ruptura), la creciente confirmación de su carácter, disociado entre la Vida y la Literatura; el afianzamiento de una firme voluntad de abandonar su cómodo y seguro trabajo de funcionario, la vida familiar en Praga, y partir a Berlín para comenzar una nueva vida, proyecto éste frustrado por el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Evita así, la biografía juvenil esbozada por otros autores, pero que presenta excesivos espacios en blanco como para fundamentar en ellos conclusiones perdurables. El libro tiene, en su edición española, 650 páginas de texto a las que hay que sumar 59 en las que se recogen las notas correspondientes, un índice onomástico, de obras citadas, etc. Y en ese gran teatro en blanco, Stach sabe ir desplegando con paciencia infinita las claves precisas para comprender estos años de la vida de Kafka. Tampoco ahorra detalles para hacer comprender al lector aspectos sociales e históricos relevantes. Así, se describen las desavenencias internas de los sionistas tras la muerte de Herzl, el efecto que la acogida de judíos orientales provenientes de Galitzia tuvo en Praga tras 1915, el novedoso campo de los seguros laborales en el que Kafka trabajó con pericia o los preliminares de la Gran Guerra, acontecimiento que tanta importancia tendría en el curso del siglo XX, pero también sobre Kafka, pese a su manida imagen de indiferente a los acontecimientos de su tiempo. Si tuviéramos que elegir el momento más trascendental en la vida de Kafka, aquél a partir del cuál se pueda trazar una línea divisoria de no retorno, sería sin duda la noche del 13 de agosto de 1912. Durante esa noche, sumido en una especie de trance, Kafka escribe su primer relato completo, el primero con el que siente plenamente identificado, el que deja atrás los esfuerzos recopilados para la publicación de su primer libro (Contemplación). Pese al agotamiento natural, Kafka siente la fuerza de una naturaleza que actúa a través suyo, que le impele a escribir y que logra dar forma a una narración en la que, todavía tiempo después, el propio Kafka continuaría encontrando claves que ignoraba en el momento de su escritura. Los esfuerzos anteriores de Kafka con las letras se han perdido en su gran mayoría, tenemos ejemplos desperdigados en sus diarios, los fragmentos de Descripción de una lucha o las viñetas recogidas en el citado Contemplación. Sin embargo, La condena nacía de un esfuerzo y una conciencia muy diferente; en ella se encuentran muchos de los elementos sobre los que girará el resto de la obra de Kafka (integración de elementos personales en el texto, la idea de culpa y castigo, la figura de una autoridad que administra la pena, …). Se inicia así el primer estallido creativo de Kafka ya que, pocos días después comienza La metamorfosis y da comienzo a su novela americana, El desaparecido, consolidando el mundo literario y estético por el que hoy es conocido. En ellas volcará su mundo interior, pero también sus conflictivas relaciones familiares que le atormentaban y que tanto hicieron por desacreditar ante él la idea de familia. Pero esta noche supuso algo muy importante para Kafka: la confirmación de que lo que hasta aquel momento no era sino un deseo, una intuición, una potencia a desarrollar, era realidad, acto. Era capaz de convertir sus esfuerzos sobre el papel en Literatura, y a un nivel al que ya jamás querrá renunciar. Se explica así su enrome sentido crítico, su afán por destruir sus bosquejos y no dar por buena y finalizada una obra hasta lograr esa perfección de la que ya se sabía capaz. Esa cima se convertirá en el paradigma al que se aferrará en sus horas más bajas y para cuyo favorecimiento sacrificará parte de su salud y, en gran medida, su relación con Felice Bauer.
II
En esa importante noche Kafka ya se encontraba «bajo la influencia» de la señorita de Berlín, lo que no deja de resultar sorprendente dado que la primera impresión que ésta la causó no parece haber sido muy favorable. En su primer encuentro en la casa de Max Brod, precisamente el día en el que ambos elegían el orden en el que aparecerían las piezas de Contemplación, la primera impresión no fue la definitiva y, cuando Kafka acompañó a Felice a su hotel antes de que ésta continuara viaje, la decisión y aparente confianza de la muchacha cautivaron al escritor. Pocos días después, la primera tímida carta de Kafka dirigida a Berlín daría inicio a una de las más famosas e intensas correspondencias de la historia de la literatura. Stach ilumina los motivos por los que Kafka pudo enamorarse de Felice (y viceversa) pese a la falta aparente de puntos de conexión. Inicialmente, Felice tenía aquello de lo que Kafka creía carecer, sentido práctico, carácter definido e independencia, aunque pronto pudo ver que también podía sentir un enorme desconsuelo y desamparo. Habitualmente, dado que las cartas de Felice a Kafka fueron supuestamente destruidas por éste, sólo hemos tenido acceso a información de una de las dos partes. Stach hace un esfuerzo por trazar un dibujo fiel de la joven Felice, de su exitosa (y estresante) vida laboral y de los complicados problemas de todo tipo que tuvo que afrontar su familia y que, sin duda, tuvieron su peso en la relación con su prometido de Praga (su hermano pequeño tuvo que emigrar a América como el protagonista de El desaparecido, para huir del escándalo y tal vez de prisión, su hermana crió a un niño en la ignorancia de sus padres, …). De la mano de Stach se nos van desvelando los pormenores de la relación hasta la ruptura de su compromiso, con todos sus peculiares accidentes, casi dignos de una comedia de enredo del Siglo de Oro: ambos mantienen su correspondencia en relativo secreto familiar pero la madre de Kafka descubre una carta y decide escribir en paralelo a Felice pidiéndole que le guarde el secreto, Kafka remite una carta a Felice dirigida a su padre en la que pide su mano en unos términos que ningún padre podría aceptar, la irrupción tan controvertida de Grete Bloch como mediadora, finalmente como una partícipe más, o las apariciones puntuales de Max Brod como enviado de Kafka, … Durante esta relación, Kafka gana conciencia de su dualidad; de una parte está llamado a una vida como la que Felice desea, aún con sus miedos y su ansiedad, para lo que debe renunciar a esa otra parte de sí que le llama a la escritura. De ahí sus reparos al compromiso, incluso sus escasos contactos físicos (apenas unas cuantas visitas de Kafka a Berlín en las que se vieron pocas horas, algunas de ellas en presencia de terceras personas, restando así cualquier posibilidad de intimidad), los miedos sexuales de Kafka (probablemente también de ella), los continuos lamentos de sus cartas en los que pretende ponerla en guardia frente a él, a su carácter y debilidades.
III
Y sin embargo, a la ruptura del compromiso (y tras un periodo de vacío y confusión), Kafka decide poner en práctica un proyecto sobre el que había meditado anteriormente y que se planteó como alternativa antes de decidirse sobre el compromiso con Felice. Su intención era instalarse en Berlín, dejando así la Praga opresiva en la que vivía su familia, la oficina, la fábrica de asbestos y cuantas preocupaciones le torturaban. Deseaba comenzar a trabajar humildemente como periodista, como redactor, como fuera, para poder llegar a ganarse la vida como escritor en dos años (tiempo para el que le alcanzaban sus ahorros). La Primera Guerra Mundial nos privó de conocer lo que habría ocurrido. Lo cierto es que Kafka tuvo que quedarse en Praga, si bien no fue llamado a filas, frustrando así todos sus planes. Lejos de acobardarse o hundirse en la desesperación (en línea con su imagen estereotipada), Kafka dio muestra de su firmeza y decisión volcándose en la escritura dando lugar a uno de sus periodos más fructíferos, en el que continuó agregando capítulos a El desaparecido, inició su novela más famosa (El proceso) y escribió En la colonia penitenciaria. En las peores condiciones para un autor tan exigente en cuanto al entorno a la hora de escribir, tuvo que cambiar de vivienda en varias ocasiones (sus hermanas y sobrinos volvieron a la casa familiar tras la marcha de sus maridos a la guerra, debiendo ser él quien abandonara su habitación), trabajar más intensamente en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo (escaso de personal), vivir las penurias y desgracias que la guerra llevó consigo a la población civil, etc. Con el fin de evitar la dispersión en el trabajo, que hizo languidecer El desaparecido, para su nueva novela (El proceso), Kafka decidió cambiar su método de trabajo para lo que redactó el primer capítulo y el último. A continuación fue esbozando capítulos y completándolos según su impulso creador le dictaba, lo que explica el caos editorial que su publicación póstuma ocasionó ya que los capítulos no están numerados, algunos están incompletos y otros no son más que unos breves párrafos. Este esfuerzo creativo duró unos seis meses que concluyen cuando Kafka debe dedicar más tiempo a la fábrica de asbestos y el pozo de imágenes del que bebe el escritor parece secarse. El libro de Stach finaliza con Kafka tomando un tren en la estación de Budapest (tras acompañar a su hermana Elli en una visita a su marido en el frente húngaro), ignorando que Felice se encuentra, en ese mismo momento, de visita en la misma ciudad; kafkiana casualidad.
IV
Pero entre sus páginas, Stach nos habla de muchas más cosas. Asistimos a la evolución laboral del funcionario, a su progreso laboral y a la asunción de nuevas responsabilidades. Frente a la imagen que transmitía en las cartas a Felice y en sus Diarios, su trabajo en el Instituto era realmente relevante, gozando en todo momento de la confianza de sus superiores. Por este motivo, tuvo que realizar numerosos viajes a ciudades del norte de Bohemia (la zona industrial del reino) con el fin de representar al organismo ante los tribunales o inspeccionar directamente las empresas aseguradas. Su precisión en el lenguaje, su acertado ingenio para la resolución de dificultares, en apariencia irresolubles, y su domino de los aspectos técnicos en materia de prevención de accidentes, le convirtieron en una pieza clave dentro del Instituto. De todo ello da cuenta Stach mediante documentación y ejemplos suficientes. Incluso conocemos los arduos esfuerzos por lograr una mejora en las condiciones salariales de su grupo funcionarial, en cuyo portavoz y representante se erigió Kafka. Todo lo cuál no impide que Kafka siempre viera la «oficina» como lo opuesto al «trabajo» que, para él, comenzaba al caer la noche y recluirse en su cuarto, entre sus papeles y cuadernos. Precisamente su vinculación al ramo del seguro laboral y a la prevención de accidentes le puso en contacto con diversos aspectos de la nueva época que se avecinaba y que encontrarán eco en sus relatos. Así, la progresiva burocratización, la pérdida del valor del trabajo individual (para suplir esta carencia, entre otros motivos, Kafka trabajó como jardinero en varios periodos de su vida, durante sus tardes libres), así como el peligro físico de la tecnología. Este aspecto, lo comprobaba de primera mano cuando recibía las visitas en su despacho de trabajadores horriblemente mutilados por herramientas poco fiables. Todo ello tiene su pequeño papel en la configuración del cosmos vertido en sus obras. Igualmente, su estilo de redacción, su gusto enfermizo por la precisión y exactitud de las palabras, la desnudez de sus textos (que, por otro lado, crea su propia belleza y poesía) son tributarias de su formación de jurista y de su trabajo posterior, alejándole del estilo de los escritores praguenses (y aún alemanes) de la época. Stach también nos hace partícipes de los pensamientos de Kafka en torno a la posibilidad de enloquecer, al tiempo que jugaba con los recursos que de ello podía obtener para su creación literaria (al modo de Strindberg) o las vagas alusiones al suicidio ocasionadas por los reproches de su padre ante su desinterés por la fábrica de asbestos. En este sentido, Stach aclara respecto de la corriente dominante, que fue el propio hijo quien (como abogado) sugirió a su padre el recurso de figurar como socio capitalista del negocio de su cuñado, de modo que se pudiera tener acceso a los libros contables para garantizar el éxito de la empresa y evitar la pérdida de la dote de Elli (con cuyo capital no bastaba para arrancar el negocio). También conocemos el mundillo literario de Praga, los esfuerzos de muchos de los amigos de Kafka por lanzarse a vivir de su talento, de ser editados, de convertirse en figuras relevantes y la distancia (mediando entre cierta envidia sana y desinterés) con que les observaba Kafka. También atisbamos la relación entre Kafka y Musil, escritores tan diversos pero que impulsarían la novela del siglo XX más allá de los estrechos límites impuestos por sus predecesores y cómo la guerra mundial frustró una colaboración que habría resultado histórica. Alejamos así la idea de un autor aislado del mundo literario de su momento, ya que estuvo siempre al tanto de lo que se escribía, de las polémicas literarias (por ejemplo de la que enfrentó a su amigo Brod con Kraus). También nos describe el mundo de los sanatorios naturistas que Kafka comenzó a frecuentar ya en esta época y en los que tuvo contacto con la medicina más heterodoxa del momento. Baños de sol, exposición al aire libre o nudismo, son algunas de las «recetas» que se empleaban en estos sanatorios a los que se acudía no sólo por enfermedad, sino para descansar y ponerse «a tono». Aquí se afianzó la desconfianza de Kafka en la medicina convencional que justifica las numerosas estancias en sanatorios similares una vez se manifestó la tuberculosis años después. Precisamente en uno de estos sanatorios Kafka conoció a la muchacha de Riva, una joven de la que se enamoró (o al menos de la que guardó un buen recuerdo) cuando su relación con Felice ya había naufragado de hecho. Enamoramientos de este tipo no fueron infrecuentes en la vida de Kafka ya que, en un viaje con Max Brod en el que estuvieron varios días en el pueblo natal de Goethe, se enamoró de la hija de los propietarios de la casa del autor alemán a pesar de ser casi una niña y de apenas poder haber intercambiado una palabra. Es de agradecer que, según los criterios impuestos por Stach respecto a afirmaciones meramente valorativas, no pretenda ofrecer una interpretación de las obras de Kafka. Stach se limita a presentar las claves que de la biografía se desprenden y que Kafka empleó como mimbres para trenzar sus historias, sin avanzar por ello en la posible interpretación de las mismas, afán que sería totalmente estéril dada la universalidad de su obra. Dicha tarea interpretativa queda en manos del lector que, tras este libro, tiene más herramientas e información para poder extraer sus propias conclusiones. Sólo queda esperar que en este primer volumen no se agote la intención de continuar con el resto de la vida de Kafka, no porque así se tendría la biografía definitiva (algo totalmente imposible, como pone de manifiesto la reciente aparición de nuevos documentos de Kafka en Israel), sino por el placer de acompañar la eficiente mirada de Stach en los restantes años de la corta vida del autor checo.