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Por Raúl Vallejo
A raíz de la inauguración del metro de Quito se desató una discusión bizantina sobre qué gobierno, local o nacional, es el autor de la obra. Entrar en esta discusión carece de sentido. El metro ha sido financiado por la ciudadanía ecuatoriana y ejecutado por varias administraciones municipales, durante diez años, así cada una tendrá su respectivo mérito de gestión. Asimismo, el metro de Quito es una gran y necesaria obra que, seguramente, transformará el concepto del transporte público de la capital, pues exige una sistema integrado y mejor organizado, cuya responsabilidad, en términos de política pública, recae sobre la actual alcaldía. Lo interesante, con el entusiasmo y la alegría que ha generado en la población la apertura del metro, es que las posibilidades de generar prácticas de convivencia en paz y de cultura viva de una ciudadanía responsable están abiertas.
A Medellín se la reconoce por haber implementado una llamada cultura metro, que es un exitoso modelo de gestión social, educativo y cultural que el metro de Medellín ha desarrollado con programas en los que participa la comunidad, se forman líderes juveniles y se difunde el arte y la cultura, entre otros aspectos. Después de veintiocho años de funcionamiento, el metro de Medellín es un transporte público eficiente, cómodo, limpio: es motivo de orgullo de los paisas que lo cuidan con esmero y es también una forma de gestionar un servicio público digna de imitar.
Es importante la pedagogía para conseguir el cuidado de las instalaciones del metro, pero la difusión de las normas de comportamiento ciudadano en el metro es solo el comienzo de una tarea mayor: construir una práctica ciudadana que, aprovechando una obra monumental del transporte público, genere y se apropie de la cultura y el arte durante la movilización de la gente. Los efectos positivos en la economía de la ciudad que tiene el metro ya han sido analizados por especialistas en la materia. En términos culturales, es imprescindible la multiplicación de los efectos en el espíritu de la ciudadanía que, en particular, generan las prácticas artísticas y culturales alrededor de la operación del metro.
No hay que inventar el agua tibia. La programación cultural del metro de Medellín es variada y ha tenido resultados positivos para la paz y seguridad de la ciudad. Por ejemplo, en algunas estaciones hay exposiciones mensuales de pinturas, fotografías, dibujos, etc.; los vagones son decorados con obras representativas de la cultura y el arte colombianos. En las tardes, en distintas estaciones del metro, se llevan a cabo conciertos. Y, en una ciudad que puede articular una red de bibliotecas, esta es una oportunidad para llevar adelante un programa de promoción de la lectura: por un lado, habilitar bibliotecas junto a, o cerca de, las estaciones para el desarrollo de una programación literaria permanente; y, por otro, la publicación de una colección de libros de bolsillo que sea distribuida, en forma gratuita, en las estaciones para uso y apropiación de los usuarios.
Existen otras tareas que hay que desarrollar para la convivencia ciudadana en el metro: política de atención prioritaria a grupos vulnerables, adecuación de baterías sanitarias al salir de las estaciones, espacio para ciclistas, reglamentación para el transporte de mascotas, etc. Los programas culturales alrededor de la operación del metro contribuirán a que la gente se apropie del transporte, lo cuide con orgullo e incorpore el arte y la literatura a las formas cotidianas de vivir la ciudad.
Tomado de Acoso Textual