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Esa mañana, Sofía se había despertado muy temprano. Estaba tan entusiasmada que prácticamente no durmió. Por la tarde, iría con su padre a buscar un árbol de Navidad para colocarlo en el salón y adornarlo con luces de colores y algunos detalles que ella misma había diseñado. Era la primera vez que su padre le permitía acompañarlo a recoger el árbol en la tienda, y eso significaba que ya era mayor. Así que Sofía se sentía muy feliz.
Salieron de casa muy temprano y al acercarse al vivero, el frío se empezó a hacer más intenso: cientos de árboles colocados en hileras esperaban por una familia que les acogiera esa Navidad. La mano de su padre la mantenía a salvo del frío de esa tarde de diciembre y le hacía sentir segura, pero no podía evitar sentir un poco de miedo.
Nada más cruzar la puerta, se acercó un señor muy amable para atenderlos. Con la pala en mano, les pidió que lo siguieran hasta donde estaban los árboles. Les preguntó cuál querían y seguidamente, empezó a cavar para sacar a aquel pequeño pino de su entorno. Sofía no pudo evitar sentirse muy triste y comenzó a llorar desconsoladamente. Por mucho que su padre intentó calmarla, no lo consiguió. Su exasperación fue tal que regresaron a casa sin el árbol de Navidad.
Nada calmaba a Sofía. Se pasó el resto de la mañana y toda la tarde llorando en su habitación. Cuando se calmó, fue donde su padre y le preguntó por qué le hacían eso a los árboles. Su padre intentó explicarle que se trataba de una tradición y que los habían sembrado con ese objetivo, que esa era su misión en la tierra. Al escuchar eso, la tristeza de Sofía se transformó en ira y le dijo:
– ¿Su misión? ¿Y cuándo esos árboles decidieron que esa sería su misión?
Nada de lo que dijo su padre la convenció. La decepción que invadió a la niña la llevó a encerrarse en su habitación y solo salía para comer.
Una tarde, cuando su padre ya no sabía qué más hacer, Sofía lo llamó y le pidió que fuera a su habitación. Al entrar descubrió que la niña había diseñado un árbol navideño precioso, y lo había hecho con objetos que tenía en su habitación.
– ¿Papá, ves cómo podemos tener un árbol de Navidad precioso sin dañar a esos pobres pinos?
Su padre la abrazó con ternura y comprendió cuán equivocado había estado. Aprendió la lección que le dio su hija y a partir de ese año, cada Navidad padre e hija organizaron un taller de manualidades para que todos los niños del barrio diseñaran su propio árbol de Navidad y los pinos pudieran seguir creciendo.