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El carnaval, celebración que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma, combina elementos culturales como disfraces, grupos que cantan coplas, desfiles y fiestas en la calle, y en tal sentido bien se puede asimilar a una expresión folklórica popular. En procura de esclarecer el carácter cultural del carnaval, citamos la reflexión de Benjamín Carrión hecha en el prólogo del Diccionario del Folklore Ecuatoriano, de Paulo de Carvalho. Carrión sugiere que en nuestro país el folklore se confunde con lo simplemente popular, pero que debe ser redimido de sus confusiones con lo populachero. “En Ecuador poco o nada hemos hecho de organizado y serio en materia de folklore”, señala Carrión.
El escritor ecuatoriano cita a Carvalho en busca de un concepto de Carnaval, quien señala que para Cevallos “es corriente considerarlo con epítetos como el de salvaje, bárbaro, etc. De costumbre “ruda y salvaje”, de juego “tan sucio cuanto impúdico y además repugnante”. Y el autor agrega, “para nosotros es el tiempo de ensuciar la cabeza, la cara, las espaldas y hasta los pechos con tizne, huevos y otros ingredientes que forman una bahorrina por demás nauseabunda que da bascas con solo ver desde lejos a los que se divierten tan festiva y acaloradamente”. Carvalho analiza su origen escribiendo: “Según la Enciclopedia Española la voz carnaval proviene de la italiana carn-aval (se va la carne) porque durante los tres días anteriores a los de cuaresma se comía mucha carne como haciendo provisión de ella para los cuarenta de abstinencia. Según otros procede de caro vale (adiós carne).”
Carvalho, constata que siempre ha habido prohibiciones del carnaval con agua en Ecuador, sin mayor cumplimiento. En el siglo 17 los jesuitas exponían al Santísimo en el templo de la Compañía los tres días de Carnestolendas para evitar con su presencia los juegos con agua propios del demonio. También se acostumbraba a comer motepata y dulce de higos.
En otras tradiciones, en Píllaro había corrida de toros en Carnaval. Pero además los juegos eran tan “pletóricos de locura”. Cuenta González Suarez que el Obispo Polo amenazó con excomunión el juego de Carnaval, a cuyos desórdenes atribuía el terremoto de 1755. James Orton concluyó después de presenciar el carnaval: “aquel que inventó este preludio de la Cuaresma, debe ser canonizado”. En Guayaquil eran característicos los famosos cascarones.
Carvalho señala que Moreno clasifica al carnaval ecuatoriano entre las fiestas del equinoccio de primavera, describiéndolo entre las provincias centrales y en las azuayas. El carnaval de Guaranda es un ejemplo de fiesta culta. En San José de Chimbo la preparación del carnaval es hecha con provisión de trago, cuyes, gallinas, chanchos, pavos, y juegos de agua, en algunos barrios los habitantes celebran con guitarras, bombos, flautas y rondadores, entonando versos de carnaval. No obstante, el Carnaval se encuentra profundamente arraigado en las tradiciones y en el folklore de nuestro país.
En Ecuador hay registros sobre esta celebración en periódicos de la época de 1860, en los que se reseña que mientras en Guayaquil la gente acostumbraba a mojarse con agua, en la Sierra se jugaba con harina. Alrededor de 1900 a 1940, se acostumbraba agujerear los cascarones de los huevos para guardarlos hasta el carnaval y así rellenarlos con colonia o agua coloreada y sellarlos con cera, estos luego eran arrojados en medio de la celebración. En la Sierra, las celebraciones incluso empezaban un mes antes, pero fue a partir de la dictadura de Ramón Castro Jijón (1963) que se optó por modificar esta costumbre, adoptando los carnavales de misa con desfile de carros alegóricos y en lugar de agua se lanzaban flores, práctica que luego se trasladó a Guayaquil. En la región andina también se lo vincula con la fiesta indígena de fin de año solar o Paucar Huatay, una de las cuatro más grandes del año ligada a las prácticas agrícolas, al trabajo cooperativo, la relación con la tierra y la religiosidad expresada con estos elementos.