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Juliet Ashton es una periodista que se ha labrado un nombre durante la Segunda Guerra Mundial gracias a sus artículos semanales en diversos periódicos y revistas bajo el seudónimo de Izzi Bickerstaff en los que ha tratado de buscar el humor entre la desesperación del conflicto.
Terminada la guerra publica una recopilación de los mejores artículos que resulta todo un éxito editorial, hasta el punto de que Juliet se plantea preparar un próximo libro sobre algún tema que no tenga nada que ver con la guerra. En paralelo, recibe el encargo de publicar un artículo largo para el suplemento literario del Times sobre el valor de la lectura.
Una extraña carta procedente de Guernsey, una de las Islas del Canal que fueron ocupadas por los alemanes durante la guerra, le pone en contacto con la curiosa sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey proporcionándole un posible tema para su futuro libro y su artículo, aunque finalmente encontrará mucho más.
Ésta es la trama principal de La sociedad literaria y el papel de piel de patata de Guernsey, una novela de lectura apacible, escrita en su mayor parte por Mary Ann Shaffer y que, por causa de una enfermedad grave, tuvo que ser concluida por su sobrina Annie Barrows, escritora de cuentos infantiles. RBA es la editorial responsable de la publicación en España con traducción de Sandra Campos.
La novela no es un relato al uso, sino que toma la forma de epistolario. Los libros basados en correspondencia parecen gozar de buena salud, al menos, mejor que la de nuestro sistema de correo postal. Tal vez se trate de que las cartas ya forman parte de un pasado remoto y exótico que despierta en nosotros una especie de sentimentalismo que nos hace añorar un tiempo sin querer renunciar a las ventajas del presente.
Porque, a fin de cuentas, apenas nos parecería tolerable enviar una carta y esperar pacientemente varios días la respuesta. La urgencia de nuestro tiempo requiere la comunicación inmediata. El correo electrónico mejor que la carta, la mensajería instantánea mejor que una llamada, y una videoconferencia mejor que una conversación ante dos tazas de café.
Y qué decir del contenido de las cartas. Nuestros correos y sms no sólo suprimen vocales y consonantes, incluso palabras, suprimen emociones y comentarios. Por eso nos sentimos algo desubicados ante esas largas cartas del pasado en las que se hacían comentarios personales, se lanzaban preguntas retóricas o se plasmaban inquietudes que apenas encuentran lugar en nuestras actuales formas de comunicación.
La sociedad literaria y el pastel de piel de parata de Guernsey se compone exclusivamente de cartas, pero a diferencia de lo habitual en el género (intercambio entre dos corresponsales), nos encontramos ante una auténtica novela coral. Más de una decena de personajes intercambian cartas, principalmente con la protagonista, pero también entre los diversos actores secundarios.
A modo de retales, vamos componiendo un cuadro de conjunto en el que las piezas dispersas de cada biografía van encajando y el lector construye su propio relato cronológico dando forma a la novela más allá de los esbozos que nos ofrecen las cartas.
Este esfuerzo de composición que se requiere del lector, hace de la lectura del libro un placer activo, lo suficientemente motivador como para que pasemos por alto que la mayoría de personajes resulten sumamente honrados y honestos, bienintencionados y amigos de sus amigos. A fin de cuentas, esto puede considerarse puro realismo ya que nadie se autorretrata negativamente en una carta y es feo dejar por escrito malas opiniones sobre un tercero (una lección que las nuevas tecnologías parecen habernos hecho olvidar).
Afortunadamente, contamos con dos personajes que sirven de válvula de escape: La malvada Adelaide Addison, que pretende desanimar a Juliet de que emprenda su viaje a Guernsey con maledicencias sobre el círculo literario (que dicen más sobre ella que lo que cuenta sobre otros) y el taimado Markham Reynolds, un americano prepotente y soberbio que cree poder disponer del amor de Juliet por su dinero, su éxito y las posibilidades profesionales que le ofrece como empresario editorial.
Pero hay detalles que hacen escapar a la novela del género pastoril al que parece en ciertos momentos abocada. Según avanza el texto, cobra mayor relevancia el recuerdo reciente de la poca conocida ocupación de las islas del Canal por los nazis, único territorio de Gran Bretaña que llegaron a invadir. Ciertos hechos sombríos y terribles terminan por deslizarse. Así, conocemos la vida de Beatriz, un personaje del que todos hablan y al que poco a poco vamos conociendo. No podremos leer cartas escritas por ella, pero su figura rige los actos de la sociedad literaria y terminará por determinar también la vida de Juliet.
Una escena sobre la que vuelven en repetidas ocasiones casi todos los corresponsales es el momento en el que, dándose por perdidas las islas, se organiza la evacuación de la mayoría de los niños a Inglaterra para alejarles del conflicto. Separarte de tus hijos para enviarles lejos de unas islas a punto de ser invadidas, sin saber cuánto puede durar la separación (en la práctica duró cinco años), si ésta será definitiva o si los riesgos serán mayores que los de permanecer en casa debe ser una de las más difíciles decisiones que un padre pueda afrontar. De ahí la importancia que este acontecimiento tiene para todos los habitantes de Guernsey, incluso los que no tienen hijos. Una isla (o cualquier lugar) sin niños es un espacio muerto.
Pero la guerra ha concluido y todos parecen felices de recuperar a sus hijos, de gozar de la recobrada libertad y de escapar de las penurias y el hambre que han sufrido durante los últimos cinco años. Para los integrantes de la sociedad literaria, la guerra ha supuesto la oportunidad de conocerse de un modo más profundo, de consolidar una amistad y unos lazos que compartirán con Juliet.
El título de esta novela puede llevar a engaño ya que poco se habla de libros y autores. La sociedad nace para evitar una represalia alemana cuando sus futuros miembros son sorprendidos violando el toque de queda y, a partir de ese momento, se organizan reuniones quincenales para discutir sobre los libros que cada miembro lee.
Los gustos son peculiares. Uno lee y relee a Séneca, otro adora a Charles Lamb, otra se dedica a los libros sobre recetas y otro no lee siquiera. Pero lo cierto es que en torno a los libros se forja una amistad que permite a personas que antes se conocían y saludaban exclusivamente como buenos vecinos, otorgarse el título de amigos.
No es poco mérito para los libros. Siempre relacionados con una actividad silenciosa y solitaria, reflejan en esta novela todo su poder pero también su humildad, quedando relegados a un segundo plano tras abrir la puerta de unas relaciones que ya no los necesitan para mantenerse. ¿Puedo haber mejor prueba de la bondad de la literatura?