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En nuestras vidas digitales apenas podemos concebir un tiempo en el que vivir en una aldea remota significaba el alejamiento de cualquier oportunidad de ocio o cultura tal y como podían entenderla sus contemporáneos urbanitas. Un tiempo en el que el acceso a los libros resultaba harto difícil, no sólo por lo costoso, sino por las escasas oportunidades para su compra.
Así que, al igual que cualquier otro vendedor ambulante que decide acercar su producto a sus clientes potenciales, el mejor modo de llevar los libros a los rincones más recónditos del país, era trasladarlos físicamente, mostrarlos como una mercancía más y cantar sus bondades.
Roger Mifflin recorre los caminos rurales de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX ejerciendo la venta de libros a domicilio a bordo del Parnaso Ambulante, un carromato acomodado a la doble función de tienda y vivienda itinerante, acompañado por una mula renqueante y un alegre perro.
Pero no viaja a solas con ellos, a sus espaldas, más de mil libros le sirven de consuelo y esperanza, de lección sobre el mundo y de criterio para conducirse en la vida. Porque Mifflin, que ha abandonado su ocupación de maestro, ha sido picado por el vicio del proselitismo, la predicación de una verdad que ha iluminado su vida: la religión de la buena literatura.
Mifflin encuentra una compañera de viaje con la que comparte protagonismo, Helen McGill. Institutriz en su juventud, abandonó la vida urbana para comprar, junto a su hermano Andrew, una granja en la que viviría los siguientes diez años dedicando su tiempo y esfuerzo a recoger los huevos de las gallinas, hornear el pan y preparar mermeladas. Diez años es demasiado tiempo y Andrew comienza a interesarse más por la escritura que por los cultivos y el ganado alcanzando cierto renombre que amenaza la estabilidad de la vida rutinaria de Helen.
Cuando ésta ve aparecer a las puertas de su granja el Parnaso Ambulante del señor Mifflin y conoce sus intenciones de venderlo a su hermano para retirarse a escribir un libro en el que volcar toda su experiencia de los años pasados en polvorientos caminos, cree llegado el fin de su tranquila vida rural. Ve a su hermano comprando el cachivache y lanzándose a la aventura dejando para ella el duro trabajo de la granja. Así que lanza su complicada apuesta para evitar que su vida cambie por la fuerza de otros y, para ello, golpea primero. Será ella y no Andrew quien compre el Parnaso y ella quien asuma la dirección del negocio dejando toda la responsabilidad de la granja a su hermano.
Helen es un ejemplo de estas tardías decisiones que se toman en la vida, muchas veces las más acertadas, las que rompen una dinámica y que son un salto al vacío que pocos son capaces de dar. Pero no es su caso, paga en el acto al mercachifle que le acompañará durante los siguientes días explicándole las normas básicas de su negocio y compartiendo con ella su credo literario.
Las conversaciones entre el extravagante Sr. Mifflin y la pacata McGill no tienen desperdicio y van jalonando las cunetas de divertidas anécdotas que conducen a un final algo previsible pero que no desentona con el tono placentero del relato ni con el pausado trote de la mula.
Y de esto habla La librería ambulante, de un estrafalario hombrecillo que se ha dedicado durante los últimos años a predicar su evangelio literario a lo largo y ancho de los polvorientos caminos. Ha discurseado sobre la buena literatura y cómo sacar partido de ella, pero también ha sabido vender los libros adecuados a las personas correctas. A un ama de casa le sugiere un buen libro de cocina y a un granjero un libro sobre horticultura. Propone libros diversos al predicador, a los hijos del alcalde o al funcionario local con una idea en la cabeza: cada libro es una semilla que germina en la necesidad de más libros.
Mifflin no se aferra a las listas de éxito sino que recurre sin vergüenza a los clásicos cuando lo cree conveniente. Pero no está dispuesto a asfixiar una incipiente vocación lectora con obras que la agoten por siempre. Se niega a entregar a un granjero obras de Shakespeare pese a la insistencia de éste, creyendo aún no llegado el momento adecuado.
Mifflin nos habla de las bases de un buen negocio, honrado y de improbable rápida fortuna, pero un negocio seguro ya que cree en su mercancía. Cuánto deberían aprender libreros, editores y críticos de este personaje mientras se lamentan y lamen las heridas de la crisis lectora.
Vender a un buen precio con un margen razonable, no tratar de vender el libro equivocado a la persona equivocada (cuántas menciones en las contraportadas han llevado a comprar malos libros). Cuánto marketing y qué poco boca a boca. Qué rapidez para publicar libros que apenas duran unos escasos meses en el mercado y que, sólo si son rentables, pasan a ediciones de bolsillo igualmente parcas. Cuánta publicidad y cuántas listas de ventas, cuántos autores con un buen primer libro que estiran su fama con segundas obras que no debieron publicarse.
Pero no generalicemos, Editorial Periférica ha recuperado este texto publicado en 1917 por Christopher Morley, un autor de éxito en la primera mitad de siglo que supo escribir con un estilo cuidado pero popular. Tanto por la edición como por la traducción a cargo de Juan Sebastián Cárdenas, Periférica proporciona el sabor y el gusto de los buenos libros, amenos y centrados en una historia que narrar, artesanía de la palabra.
Es cierto que en nuestros días la Literatura no parece necesitar de librerías ambulantes como antaño. Ya no hay caminos pedregosos, ni aldeas remotas; la globalización nos ha acercado a todos y cualquiera puede comprar lo que desee a través de Internet. Pero también en nuestros días sigue habiendo necesidad de Parnasos, de predicadores de la buena literatura. Y esos Parnasos llaman a tu puerta cada día y llevan nombres tan rutilantes como La hora azul, La antigua Biblos, Lector en los huesos, El blog del librero Humanoide, Solodelibros, Devolución y Préstamo, Libros y Literatura, O mejor… ¡Denme el librillo entero!, De libro en libro.. , Cargada de Libros, Golem – Memorias de lectura, Algún día en alguna parte, Hislibris, Opinión de Libros y tantos y tantos otros.