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1.
El hombre se refugió temprano en su cueva. Afuera vagaban los de grandes colmillos y su ferocidad era
mayor en lo oscuro. Pero también había ciervos, y él tenía hambre. Escuchó un ruido y salió, los ojos del cielo que visitaban el río, le ayudarían a ver.
La luz empezó a brotar como una flor que nace. Llegó de lejos y creció poco a poco. Invadió cada espacio de oscuridad hasta que lo cubrió todo. Era una luz diferente que brillaba como leche salpicada de sangre. Se le metió por los poros y le inundó el pecho. Los otros salieron de la cueva. La luz había llegado más allá de las grandes piedras.
¡Luz!, gritó él. La palabra surgió como un río de rápido caudal. Eso que había sido sentido y pensado muchas veces antes era ahora un sonido, ¡Luz!, junto a una mano señalando en el cielo la blanca explosión.
Una muchacha, lo escuchó, frunció el ceño, contempló el cielo y dijo con torpeza: ¡Luz!
Luego, uno tras otro multiplicaron el sonido: luz, luz, luz. Reían y se empujaban. Eso que miraban era LUZ. Le habían puesto un nombre, ahora eran sus dueños.
¡Luz! A millones de kilómetros y cientos de años atrás estalla una supernova. 2.
El grupo avanza lentamente entre los últimos árboles raquíticos que pronto desaparecerán. Los otros, al morir, se llevaron las lluvias y secaron los ríos. Ahora todo es arena y muerte.
Los hombres van delante arma en mano. La guerra lo ha destruido todo. Ese, lugar de origen de cientos de especies, es ahora un desierto. Dejaron morir las plantas silvestres, las madres de todas las plantas conocidas y las cambiaron por semillas de laboratorio. Dejaron de sembrar por sacarle a la tierra los metales que se llevaron otros.
—¡Agua! —grita un niño de rostro quemado.
—¡Hambre! —suplica otro, cuyos brazos son un remedo de vida.
La palabra, testimonio de la lenta muerte de este pueblo, es lo único que tiene ahora y su eco busca sobrevivirlo.
3.
Mi voz es la verdad. Mi palabra es la palabra, dice el rey. Guárdense de los falsos discursos que trae el
viento, no escuchen sus engañosos decires, sus vanos juramentos. Limpien su cerebro, olviden lo que han escuchado y aprendan las nuevas palabras de mi boca.
El pueblo esconde las letras, los sonidos, los recuerdos. Los centinelas persiguen pensamientos. Las palabras se refugian en los rincones, curan sus heridas con olvido. Pero no mueren, saben que algún día volverán a brillar en la boca de algún valiente.
4.
La niña escucha el cuento que lee su abuela. El lugar es un bosque misterioso donde los monstruos planifican sus nuevas travesuras. Más allá, en un mar turquesa, las sirenas cantan a la luna, mientras el dragón se revuelve gozoso en un volcán que erupciona.
La abuela y la niña comentan y se ríen. Las palabras las visten con su ropaje de letras.
Ahora te cuento yo, dice la niña y lee el pequeño libro. El paisaje y la historia son otros. La pequeña mira las ilustraciones y cuenta su propia versión. Cuando la abuela se marcha y el rumor de su voz se apaga, la niña narra en silencio la historia original.
5.
Ahora, como al inicio, cuando empezamos a hablar, nos hemos vuelto a escuchar. Eso es lo que nos permitió sobrevivir, decirnos uno al otro lo que necesitábamos, lo que creíamos, lo que debíamos hacer.
Cuando llegó el caos con la gran crisis energética y todos los dispositivos electrónicos dejaron de funcionar, casi habíamos olvidado las palabras, hablar entre nosotros y nos costaba expresarnos. Nuestra voz sonaba ronca y sin matices.
Ensayamos en soledad, conquistando los sonidos aprendimos otra vez a pronunciar las difíciles erres, saboreamos las emes en nuestros labios, las eles en nuestras lenguas. Y volvimos a oír al otro, a los otros. Extraño esto, si ya ni cuando hacíamos el amor nos decíamos algo.
Y fue eso lo que hundió a la Cúpula, porque no era lo mismo dar órdenes y ejercitar el poder con la palabra dicha a todos a la vez, fría e igual a todos, que de boca a oído, de uno en uno, pecho con espalda unidos.
Y eso, hablar y escuchar fue lo que nos permitió organizarnos para volver a los campos abandonados y dejar solas las venenosas ciudades de acero y vidrio.