Sucesos (Helnwein 3)

El joven abogado piensa que será un gran día. Frente al espejo se mira: no es guapo pero sus trajes cada vez son mejores. Se coloca los anteojos redondos, y extiende gel en su cabello, en especial en el copete. Sabe que ese detalle lo hace ver menos serio, pero a él le gusta. Se coloca la chaqueta, toma un gran maletín, y sale. En el vagón del metro no mira a nadie, no piensa nada más que en el arduo trabajo que le espera en la oficina. Tal vez, si volviera la cabeza, vería a una mujer, joven pero inmensamente gris, que lo mira con intensidad. Ella lleva su cabello recogido, y una chaqueta de lana oscura sobre un vestido opaco; todo, repetidamente gris. El metro se detiene en la estación del Museo Ludwig. Suben tres personas y bajan dos: el joven abogado con su mirada absorta y la muchacha gris con su mirada sobre él. Caminan uno tras el otro; hay una luz intensa cerca de una esquina: un gran ventanal vacío. El joven abogado siente un empujón sobre su espalda, que lo lleva hacia esa luz. Quiere reaccionar pero sólo cae de espaldas sobre el muro junto al ventanal; la luz no se detiene. Sentado, mira ahora a su agresor. Sus ojos encuentran únicamente a una muchacha que lo mira con intensidad, y que en un rápido movimiento se baja los calzones hasta los tobillos. El cuerpo del joven abogado no sabe reaccionar, pero su mano sigue aferrada al maletín, lleno de papeles ahora inútiles. La muchacha da dos pasos, lentamente, y con un pequeño impulso se sube en una de las piernas del caído. Luego, detenida, esconde la cara en las manos, parecería que llora. El joven abogado no sabe qué hacer, quisiera acariciar esas delgadas

pantorrillas, ¡cuánto lo hubiera deseado! Pero sólo se queda ahí, esperando que su inmovilidad le evite participar en este acto trivial, ridículo, absurdo.

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