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Entramos en la casa del escritor leonés para hablar de su vida, su trayectoria literaria, todos sus referentes y cómo ve el futuro que se avecina
El escritor y Premio Cervantes 2023, Luis Mateo Díez, posa para El Confidencial en su domicilio. (A. B)
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Un sol radiante entraba en la casa de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) el día de esta entrevista. Una luminosidad que remarcaba los cuadros de sus amigos colgados en las paredes -«siempre he estado rodeado de pintores y poetas»- y sus premios literarios, que ya son numerosos. El último, el más grande de las letras españolas, el Cervantes, que recogerá el próximo 23 de abril.
El escritor es uno de los más prolíficos de nuestro panorama y desde los ochenta irrumpió con fuerza con novelas ya icónicas como La fuente de la edad. Después creó el mítico universo de Celama y dio voz a las vidas sencillas, a la tantas veces denostada vida de provincias. Y se ganó el respeto de la crítica y no pocos lectores que le han seguido después en los famosos filandones que hace con sus amigos José María Merino y Juan Pedro Aparicio.
De esta tradición oral, de la casa consistorial en la que nació en su pueblo leonés, de toda su trayectoria hablamos en esta entrevista apacible y sosegada. Sabe que vendrán más. «Hay muchos requerimientos, gente que quiere verte… pero bien, encantado de haberme conocido. No me ha parecido una noticia pesarosa. Me parece una buena noticia», afirma entre risas. Antes también tendrá una charla en la Hay Fórum de Sevilla la semana que viene.
PREGUNTA. Usted nació en la casa consistorial de Villablino, en León, y después trabajó como funcionario toda su vida en el ayuntamiento de Madrid. Estaba ya predestinado…
RESPUESTA. Sí… Nací en el año 42 en la casa consistorial, el ayuntamiento de mi pueblo y de la comarca, Laciana, donde mi padre era secretario. Y esa casa marca mi infancia y mis primeros años. Mi padre era una persona muy del mundo municipal, muy estudioso del municipalismo, formado en la Institución Libre de Enseñanza, con mucha herencia de esas cosas. Un niño en una casa consistorial es un niño que baja a las oficinas y hace allí sus pequeñas diabluras, que baja a la planta baja y está allí el juzgado de paz, la celda de los presos transeúntes y si sube arriba del todo está el desván, que es el elemento fundamental de mi infancia. Yo soy un niño de posguerra con un desván colectivo. Lo que había allí recogido en aquellos años tan especiales eran todos los residuos o los restos de un hospital de sangre que había habido allí. Era ese previo hospital no lejano al frente donde a los heridos se le hacían las primeras curas. Y aquello estaba ya un poco polvoriento y lleno de objetos un poco fantasmales.
Madrid, Comunidad de Madrid, 06/03/2024: El escritor y Premio Cervantes 2023, Luis Mateo Díez, durante una entrevista con EC en su domicilio. (Ana Beltrán)
P. Estamos hablando de los años cuarenta… hacía muy poco de la guerra. Y fueron los años más duros.
R. Sí. El valle tenía esa casa peculiar y en ese desván había cajones enormes con libros requisados. Mi padre, que era un hombre con una sensibilidad especial, los había recogido de muchas de las escuelas republicanas y ahí íbamos mucho mi hermano Antonio y yo y los amigos y amigas… era un sitio de juegos y descubrimientos, a veces un poco duros. Tanto que mi hermano y yo nos inventamos un muerto, Ciro, que era nuestro compañero, y era un muerto que nos guardaba. Yo lo he usado luego en algún libro. Pero lo que más me marca de esos recuerdos es que un día abriendo una de las cajas me encontré con cien ejemplares del libro Corazón, de Edmundo de Amicis. Y ese libro tiene un taponazo enorme que dice «requisado». Es un libro prohibido. Y para Antonio y para mí es un libro tremendamente emotivo. Es el diario escolar de un niño italiano con unos ciertos modelos de vida de un socialismo muy cristiano. Hay cuentos como De los Apeninos a los Andes, El pequeño estudiante florentino… Y el recuerdo es que es el primer libro con el que yo lloro. Es un libro que ha marcado mi vida.
P. ¿Y qué tenía para estar requisado? Si esa es la historia del niño Marco que va en busca de su madre…
R. Porque fue un libro de lectura en las escuelas republicanas, pero no tenía nada especial. Quedó muy prohibido por el obispado, por la Iglesia. Supongo que por ser de la escuela republicana… porque la enseñanza del libro es de buenos sentimientos… Sí había un matiz muy melancólico y triste y después he indagado que en alguno de los cuentos podía haber una indirecta incitación al suicidio de alguna de las madres… Pero yo eso de niño no lo detecté.
P. ¿Esa es la semilla de su oficio de escritor?
R. Sí. Ahora tengo que hacer un discurso de entrega del premio y he pensado que debiera de hacer una pequeña evaluación de dónde vengo como escritor, dónde estoy y qué veo como destino. Y en el de dónde vengo está eso, un niño escritor.
«El niño que yo fui siempre me creó cierto recelo porque era un niño raro. Era misterioso, tenía problemas para amoldarse a la vida cotidiana»
P. ¿El niño no se acaba?
R. El niño no se acaba, pero el niño se metamorfosea y se transforma. Ese niño me ha perseguido durante mucho tiempo y no me he llevado bien con él. El niño que yo fui siempre me creó cierto recelo porque era un niño raro. Era un niño con componentes metafísicos, con una gran vida interior. Era misterioso, tenía problemas para amoldarse a la vida cotidiana. Pero era un niño muy querido por la familia y el vecindario. Por suerte, Laciana no fue de los sitios más castigados en la guerra y en la represión, aunque era un pueblo minero. Y en el valle ya había mucha herencia legendaria, muchos ritos de oralidad, muchas costumbres de juntarse para contarse. Los filandones, los calechos… Es algo muy expandido por el norte español y por el sur. Es una herencia preliteraria de transmisión a través de la oralidad de las literaturas populares. La gente se reunía, contaba y comentaba. Y además allí los inviernos eran muy largos, durísimos y los niños asistíamos. Y ese niño estaba fascinado por lo que le contaban. Y no tenía otro interés en la vida que escuchar las cosas que le contaban. Y yo no sé cómo digería aquello, pero ese niño tuvo algún tipo de formación imaginaria. Era un niño que vivía en los sueños.
P. Me pregunto si esta educación en la oralidad está detrás del lenguaje que utiliza en sus novelas. Ese léxico castellano que cada vez escuchamos y leemos menos.
R, No hay mucha herencia verbal localista. Yo enseguida navegué hacia Kafka, Proust… Nunca me interesó el costumbrismo. Lo que sí había en mi aprendizaje es una valoración fuerte de lo verbal. Y sobre todo de la experiencia de lo imaginario. Me marcó mucho estar escuchando a la gente en los filandones, la gente que cuenta historias, que comenta la vida… Un mundo nocturno de entretenimiento y sabiduría. El valle estuvo muy mediatizado antes de la guerra por la Institución Libre de Enseñanza. Por allí estuvieron Giner de los Ríos y todos los grandes prebostes. Y alguno de los maestros que yo tuve invertían mucho tiempo en leernos, no en hacernos leer. Yo conocí el Quijote en la voz de un maestro. Al Lazarillo de Tormes, muchos clásicos… Ellos nos leían. Era un niño que por las noches estaba en la oralidad y por las mañanas en la literatura a través de la voz también pues constituye una recreación muy verbal de las cosas.
P. Parece más interesante para un niño que en vez de leer a los grandes clásicos, esos Lazarillo, Quijote etc, los escuche. Y ahora además es más fácil con las tecnologías…
R. Muchos de los profesores con gran experiencia en el aula saben que es así. He tenido algún hermano que ha sido misionero en las aulas y la experiencia es esa, cómo incitas la curiosidad con algunos poemas y cuentos. Y rememorando algo de eso es lo que hacemos ahora [José María] Merino, [Juan Pedro] Aparicio y yo en esto de los filandones posmodernos que hacemos por ahí con un éxito enorme. Y es contar nuestros microrrelatos y comentarlos. Y notas que a la gente le impacta mucho lo que escucha. Lo hacemos por todo el mundo, en otras lenguas con gente que se sienta con nosotros y traduce… Hemos estado en Taiwán, en Nicaragua y en el Bronx. Lo que fluye ahí también es la tradición perdida de las veladas literarias. A lo largo del XIX, muchos grandes autores como Dickens vivían de leer sus cosas en el teatro. A la gente eso le gusta. Si las voces están bien es una valoración muy intensa.
Libros en el domicilio del escritor y Premio Cervantes 2023, Luis Mateo Díez. (Ana Beltrán)
P. Del niño pasamos al joven que llega a Madrid a estudiar Derecho en la Complutense a inicios de los sesenta. ¿Con qué universidad se encuentra este chico? ¿Cómo era como estudiante?
R. El que llega es un mal estudiante. Es una de las características de mi vida de las que más me arrepiento. Llega un chico que escribía y que no tenía interés por estudiar una carrera. De eso estoy totalmente arrepentido. Aquellos son años revolucionados, de grises y correrías y yo estoy muy integrado y comprometido con ese asunto. Por aquellos tiempos hacemos en León una revista que se llama Claraboya, que tiene esas actitudes de disgusto e inconformidad y de saber que estás viviendo en un mundo y una realidad penosa y desagradable y no relacionada con la libertad de vivir y con aquella sociedad bastante miserable y demasiado perjudicada por el curato y por la iglesia. Tenía ese inconformismo de una vida bastante desordenada y de escritor.
P. Ya escribía poemas.
R. No, no, yo he sido siempre narrador con mis cuentecillos. Y luego la poesía me llega por el encuentro con amigos poetas. Mi vida está llena de amigos poetas y de amigos pintores. He sido siempre muy lector de poesía. Y creo que mi aprendizaje literario está mucho en la poesía. Me parece el grado límite de la expresión literaria.
P. ¿Por eso sus novelas son más líricas y menos realistas y costumbristas?
R. Hay un punto lírico sí, lo cual no quiere decir que haga prosa poética, Dios me libre. Yo soy un narrador. Sí que fui afinando mucho los utensilios de escritor viendo los referentes de magisterio que me interesaban. Y en eso me interesó mucho Valle-Inclán, Galdós, Clarín, Machado… Pero luego estirando encontré un referente que me sirvió mucho que fue la literatura italiana de posguerra. Sobre todo Pavese, Pratolini, Vasani… Porque me dio una cierta iluminación de cómo esos grandes escritores construían sus grandes mundos en sus pequeños mundos. Y eso en España estaba un poco más complicado. Aquí parece que teníamos una pretensión cosmopolita, no veías la grandeza en lo inmediato o la universalidad de lo que estuviera en un mundo de provincias. Había demasiado lastre de viejos costumbrismos. Ahí tuve cierta iluminación. Lo encuentro en los italianos y en los rusos. Lo que yo hubiera querido escribir en mi vida es La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi. Ese es para mí el referente literario. En Claraboya teníamos casi un compromiso de ineditez. Había que ser inédito, pero eso en el fondo cuando hubo posibilidades de publicar allí todo el mundo publicó.
P. El malditismo siempre ha sido muy atractivo.
R. Sí, y la indolencia. Yo tardé tiempo en ordenarme… Y luego sí tuve ya bastante claridad. Vi que necesitaba un territorio de ficción.
P. En 1982 publica una de sus novelas más conocidas y que ya empieza a ser premiada: La fuente de la edad. Habla, precisamente, de la falta de imaginación en esa sociedad española gris de los cincuenta.
R. Era una fábula muy cervantina y un poco quijotesca de la coacción que había en la sociedad que describo. Está todo muy cerrado por lo que las huidas están en los viajes de la imaginación. Y por eso, esos cofrades que rompen con todo, no con elementos ideológicos, sino vitales, y viven en la ensoñación de la fuente de la eterna juventud. Es quijotesca porque es la búsqueda de la quimera salvadora. En la libertad de la imaginación encuentras otra vida y otra realidad que te puede aliviar. En esta fábula son unos cofrades que están viviendo una realidad que no pueden con ella. Había una lectura de la novela que era decir que lo que se vive da muy poco de sí y que lo imaginario es lo que está más allá de lo que se vive. Y de eso todos somos dueños. En ese nivel es donde descansa el gran patrimonio de lo imaginario, que está en la ficción, y es otra manera de vivir. Estos personajes buscaban en esa España esa otra manera de vivir que era la libertad.
«Quien lee y lleva una vida cultural intensa tiene una vida mucho mejor que si eres un pobre desgraciado que dice que no le aporta nada»
P. ¿A usted la literatura, la imaginación le dio libertad en esa España?
R. Me salvó ya no solo de la parte sociopolítica, sino que tenía cierta sensación de que una parte crucial de la vida la encontraba en las novelas, la ficción. Y eso me interesaba más que mi propia vida. Pensaba que ahí se podía vivir y conocer a mucha gente que tenía para ti un contraste de espejo y que te podía hacer mejor y más lúcido. Cito mucho a Irene Nemirovsky, que decía que toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocida. Ahí es donde conoces. No es que te evadas, estás en esa otra realidad paralela donde se vive. El arte, en general, está atado a la vida. Es un elemento crucial del enriquecimiento de nuestra experiencia de vivir. Y por eso no es algo elitista. Accede a eso quien buenamente puede porque para acceder a eso hay que afinar la sensibilidad y hay que hacer un esfuerzo. Todo lo bueno necesita un esfuerzo. Y quien lee y lleva una vida cultural, intelectual intensa, desde luego tiene una vida mucho mejor que si eres un pobre desgraciado que dice que eso a él no le aporta nada.
P. ¿Estamos en un momento en el que ese «a mí no me aporta nada» se dice con menos pudor? ¿El muera la inteligencia se ha hecho un hueco importante?
R. No creo que tanto. Hay una evolución, la vida cambia y el mundo cambia y estamos muy insuflados por los avances tecnológicos. Se dan estos contrastes terribles con el tercer mundo, con toda la miseria de las perversas pasiones humanas que siempre nos persiguen y que están ahí en las guerras y devastaciones. La mierda de la pasión humana que tanto nos ha perjudicado y sigue. Pero hay una progresión en lo que vivimos. Y la realidad en la que estamos hay muchas cosas y posibilidades y tal vez hay demasiados elementos de desatención que te impiden centrarte en lo fundamental. Hay mucho entretenimiento. Yo lo que digo es que hay demasiada realidad. Yo defiendo la experiencia estética del arte como liberación y conocimiento de lo que somos. El hecho de que haya mucha realidad implica que hay mucha actualidad y si miras hacia el entretenimiento y el agobio de la actualidad… lo único que dices es que no tienes tiempo para nada. A mí me parece que son momentos en los que no está mal refugiarse, buscar esa distancia que da el sosiego. Y luego realimentar tus obsesiones y entre ellas tus vicios nobles, no los miserables. Lo que hay que intentar es que no te engañen porque hoy los artilugios de la falsedad están al cabo del día.
Mi próxima novela, que sale ahora, El amo de la pista, se podría leer como una fábula aventurera, muy estrambótica con estos personajes míos donde todos son huérfanos y extraviados, pero sobre todo es una novela de la gran mistificación. Ver cómo estamos en manos de y cómo grandes mistificadores asentados, en este caso en la vida de un chaval al que manipulan, es algo que pertenece a este mundo. Lo malo es que no sea una buena novela.
«Me parece que son momentos en los que no está mal refugiarse, buscar esa distancia que da el sosiego. Y luego realimentar tus obsesiones»
P. ¿Qué debemos hacer con estos demiurgos que controlan nuestras vidas, enfrentarnos, enfadarnos, mirar a otro lado, aguantar?
R. Por lo menos tenerlos advertidos. En El amo de la pista el chico tiene una gran vida interior, pero con graves desazones porque se ha quedado huérfano, y cuando está en el colegio llega un tipo especial que le intenta secuestrar la voluntad. Todo esto dándole a entender que tenía que enrolarse en algo que nunca se sabe lo que es porque se esperan grandes acontecimientos. Es la historia de una abducción. No ya en un mundo sectario sino en la vida en la que vivimos. La novela en eso que preguntas tal vez sea bastante dura y triste. El derivado de la abducción y del desencanto de verse así acaba en una situación de desgarro final, de haberse visto manipulado y de saber que si entra en ese mundo en el que seguirá esperando los acontecimientos prometidos que nunca llegarán puede acabar en un cierto trastorno. La resistencia hay que hacerla, pero cuando las armas no son suficientes la mistificación puede anonadarte y llevarte a la disolución.
P. Ahora vemos muchas declaraciones que se niegan al día siguiente, hechos que se niegan como si no hubieran existido. ¿El triunfo de la falsedad?
R. Claro, yo defiendo la verdad de las mentiras, que decía Vargas Llosa. Si yo vuelvo al niño que soy, este era inventivo y mentiroso. Contaba invenciones pero no falsedades. La falsedad es una mentira falsificada, una mentira no honorable, una mentira de baja estofa que no tiene rendimiento literario. Las maravillosas mentiras están en el callejón de gente desconocida de Irene Nemirovsky y en la grandeza de Don Quijote. Pero ahora se nos vende de todo. Hay demasiada realidad, actualidad y demasiado comercio. Todo se vende, en la política, en la ciencia… y tampoco puedes estar todo el tiempo comprando. Hay que tener mucho cuidado. Yo las pautas que aprendí de mis padres fueron: generosidad, discreción y sentido común. Y son las que se puede vivir honorablemente y de forma entregada al servicio de la sociedad en la que vives y de los demás. Pero sí hay mucha mentira falsificada y mucha falsedad y mucha falsificación. Y todo esto procrea un mundo en el que podemos tener sensaciones de estar en manos de mistificadores, de que las viejas ideologías han derivado de una manera degradada y en este mundo de lo que más se falta es una cosa muy antigua que se llama categoría humana y ejemplaridad. Faltan ejemplos honorables y honor en los comportamientos. Todo es falsificación y desazón de cómo estás viviendo. Todos los días hay acontecimientos desastrosos. Y ahí el arte es una manera de defenderse de eso y una experiencia de nobleza.
«Hay demasiada realidad, actualidad y demasiado comercio. Todo se vende y tampoco puedes estar todo el tiempo comprando»
P. La creación de Celama en 1996 con El espíritu del Páramo también fue eso?
R. Fue una necesidad. En un momento concreto pensé que necesitaba un territorio que fuera mío para estar yo allí organizando mi casa. Y así empezó Celama, la creación de una especie de provincia imaginaria, un poco por el noroeste pero que no tiene por qué ser León. Son unos espacios imaginarios donde esta toda mi obra. Sigo la pauta de Miller de que escribir es descubrir. Y ahora lo que veo es que a donde voy es tal vez a haber podido hacer un universo de ficción que lo englobe todo. Toda mi imaginación está metida en un mismo universo. Giorgio Vasani hizo toda su obra alrededor de la ciudad en la que vivía que era Ferrara y acabó contando muchísimas historias y al final de su vida lo cogió todo y lo tituló La novela de Ferrara. Yo no puedo hacer La novela de Celama, pero esa totalidad, ese haber construido ese universo con una identidad tan poderosa lo han hecho muchos de los escritores que admiro.
P. Es un universo que pone el acento en la vida sencilla. ¿Le gustaría ser recordado como el escritor que reivindicó la vida sencilla?
R. La vida de las pequeñas realidades. La vida de lo cotidiano. La aventura a la vuelta de la esquina, que decía Faulkner. Yo siempre he escrito en la dimensión de unos destinos humanos que son héroes del fracaso, que tienen una gran vida interior, atrabiliarios y un poco excéntricos y que se mueven en estas ciudades de sombra y su vida consiste en ese destino a la vuelta de la esquina.
P. Pero se lo pregunto porque después de la pandemia se ha reivindicado mucho eso también.
R. La pandemia es un elemento crucial en la existencia del género humano. Es el palo mayor que hemos recibido después de las guerras. De pronto algo extraño, misterioso, mistificador, pero real, nos enfrentó con la sensación y la lucidez de que somos extremadamente frágiles y que no valemos un duro. En una sociedad donde todo el progreso nos ha incitado a tener una conciencia un poco endiosada, de pronto llega algo, la peste, y dice, no. Aquella cosa medieval con la que te morías estaba aquí. Y todo eso también está en manos de los mistificadores. Tú no podías salir de casa en tres meses porque si abrías la puerta te podías morir. Y dicho así parece un relato de ciencia ficción, pero lo hemos vivido. El ser humano administra contradictoriamente la memoria y el olvido. Y los mistificadores son propicios a endosarte la memoria histórica, pero el olvido es a veces más piadoso que la memoria. Y la piedad es un bien extremadamente necesario y hermoso. Es bueno que nos vayamos alejando y organizando otra vida, pero yo creo que tenemos clavada la experiencia de lo que nos pasó y eso crea secuelas. Y todos tenemos secuelas del confinamiento.
«La edad es un límite de desánimo. A la hora de hacer la evaluación parece que estás más propicio a ver las pérdidas. Y crecer es ir perdiendo»
P. ¿En su caso se ha notado en la literatura? En el libro anterior, ‘Mis delitos como animal de compañía’, había toda una exaltación de la vitalidad a partir de las experiencias de un tipo un tanto trastornado…
R. En mi literatura hay mucho personaje disparatado. La exaltación de vivir cuando la realidad te lo coarta es una exaltación que lleva un poco al piramiento y a la quimera. Es lo que le pasa a Don Quijote, que tiene una especie de santa locura que lleva a salir a desfacer entuertos. Y en mis personajes hay cierta exaltación de celebración de la vida y de equivocarse y hacer extravagancias. Y esas fugas vitales y mentales a veces llevan al desorden psíquico. En la novela que dices es muy finalista en el sentido de cómo han sido abducidos mis personajes en este personaje que tiene ya un trastorno, pero que vive como un vitalista desaforado.
P. Pero no sé si este vitalismo desaforado hubiera estado en el Luis Mateo Díez que tenía 30, 40 años. Sus novelas de entonces tienen un punto más desolado…
R. Siempre ha habido un punto tragicómico. Y siempre ha habido humor porque está en mi vida, por suerte. Te sirve mucho para rebajar las cosas penosas de la realidad en la que vives. Pero también es uno de los elementos más bellos de lucidez. Es mucho mejor el humor que el pesimismo o la amargura. El amo de la pista, por ejemplo, es melancólicamente divertida. La edad también ha afianzado en mi manera de ver el mundo puntos un poco melancólicos. También por las cosas que te han pasado en la vida. Esta experiencia de la edad es muy engañosa.
P. ¿En qué sentido?
R. La edad es un límite de desánimo. A la hora de hacer la evaluación parece que estás más propicio a ver las pérdidas, las ausencias. Y crecer es ir perdiendo. El que más gana en la vida es el niño por la inocencia absoluta, luego el adolescente empieza a tener conciencia de pérdidas, el joven huye para no acabar cayendo en la trampa y dispara la vitalidad, la madurez andas entre pinto y valdemoro con obligaciones y cosas onerosas, los hijos… Aunque Montaigne decía que los mejores hijos son los espirituales, la obra, las novelas. Los otros son maravillosos, pero son de ellos, no son tuyos.
Luis Mateo Díez delante de los cuadros de sus amigos (Ana Beltrán)
P. En uno de sus libros escribió: «La vida no es otra cosa que la contrariedad de vivirla».
R. [risas] Es que todos mis personajes tienen una cierta filosofía de la vida. En la novela contemporanea se cuenta la vida y el sentido de la vida. La novela más moderna afianza también una idea no meramente testimonial de la vida sino un pensamiento literario que puede dar una dimensión de reflexión sobre las cosas. Y en eso mis personajes son muy parlanchines, tanto como yo. Dicen muchas cosas y hay frases muy contundentes, a veces un poco sorprendentes, contradictorias y sutiles. Uno de ellos dice: mi vida es un cine vacío. Y ese podría ser yo.
P. García Márquez decía aquello de que la vida está para contarla.
R. No vivir para contar lo que has vivido sino contar para vivir más de lo que has vivido. Contar no es solo para dejar constancia de mi experiencia de la vida, sino voy a recrear la vida y ahí entra la capacidad de la invención y la imaginación para poder vivir lo que no se vive, lo que se inventa, lo que está en la belleza de las grandes creaciones que hemos heredado. Eso es vivir. Y luego la modestia de cada día. Yo nunca tuve incitación de ir a cazar leones al África salvaje. Me ha gustado mucho viajar y conocer gente. La vida es conocer gente. Y en la historia de lo imaginario se conoce a mucha gente. Y ahí se llega escribiendo y leyendo.
P. Hablábamos al principio del de dónde viene. ¿Y hacia dónde vamos?
R. Creo que es una incógnita, pero creo que siempre lo fue. Ahora abunda una mirada un poco pesimista. Aparte de las desgracias de las pasiones humanas, siempre habrá crímenes, maldades, guerras… las grandes tradiciones culturales se han hecho para controlar las pasiones humanas. Para eso está el Estado, pero depende luego de quién esté ahí. Ahora hay algo más de pesimismo, pero creo que esto ha pasado siempre. La visión del futuro en el ser humano es siempre la lucidez de la incógnita, el saber que eso está en lo desconocido. Lo que sí vemos es que tenemos contrastes más furibundos. Todo lo que es el camino de la ciencia, las aplicaciones industriales de los grandes beneficios científicos, la IA… nos hacen un poco reticentes al futuro. Yo no tengo ese punto de pesimismo, pero sí tengo cierta condolencia de ver como vivimos un presente que no me gusta, un presente apretado que me hace irme para casa, dejarme de tanta noticia y tanta realidad. Una parte durísima y terrible de lo que nos está pasando está en las aulas. Ahora tenemos graves problemas en este país, que se pegan por todas partes…pero todo eso es pasajero, pero tengo mucho temor a lo que estamos recreando en las aulas.
«Tengo cierta condolencia de ver como vivimos un presente que no me gusta, dejarme de tanta noticia y tanta realidad»
P. Expliquese un poco más…
R. Una gobernanza democrática honorable debiera hacer que determinados asuntos estuvieran claros y estructurados. Y uno de ellos es el medio educativo, en general. Pero como nunca ha habido acuerdos, las leyes cambian, vienen unos, otros, no hay una unidad mínima de valores, de sentido pedagógico de aplicación… hay un menosprecio impresenatable al profesorado en el sentido del abandono. Las aulas están perdidas. Hay una chavalería atónita, inconexa, desgraciada, llena de unas capacidades naturales que no se les valora y no se les pueden apreciar porque los profesores están comidos por las burocracias y las aplicaciones de cosas que no se sabe de donde vienen. Y creo que hay un trasfondo también en el uso de los elementos tecnológicos. Que los chicos no tengan capacidad lectora es porque no hay un buen medio educativo, pero lo que me preocupa es el fenómeno subterraneo que aflora en la capacidad del uso secreto de determinadas tecnologias para establecer una mancha enorme que es la pornografía. Es curioso porque eso es de una violencia… Y es mentira todo porque si fuera una realidad que tuviéramos enfrente estaríamos aterrados. Eso es una parte muy cruel del sustrato de la violencia de género. Si tienes emisores en las aulas te pueden contar cosas que ahora te dejan aterrado sobre cómo se relacionan en general chicos y chicas. Con una violencia y un desprecio… Y hay un aprendizaje de las cosas fundamentales, que ya no es solo la sentimentalidad, sino el sexo, la relación crucial de lo que somos, a través de una manipulaciones brutales.
«Me preocupa el fenómeno subterraneo de la pornografía en las aulas. Es un sustrato enorme de la violencia de género»
P. Con lo cual está de acuerdo con que se pongan medidas…
R. Tiene que haber acuerdos generales de todas las instancias que conforman la democracia para que haya unos medios educativos que fluyan. Mientras no haya eso… Y lo de la pornografía formaría parte de esto. El problema de este país, dicho de manera radical, está en las aulas. El problema auténtico de este país está en las aulas.
P. Vamos a terminar volviendo a esa casa consistorial de Villablino. Si pudiera decirles a sus padres que ha ganado el Cervantes, ¿qué les diría?
R. «Floro y Milos, me han dado el Cervantes». Sería la satisfacción mayor de su vida. Hubo otro momento que ya nos los tuve que fue cuando ingresé en la Academia. En este sentido solo les pude dar una satisfacción cuando gané por primera vez el premio nacional de narrativa con La fuente de la edad. La entrega del premio coincidió con un viaje a Nueva York y mi mujer tenía mucha ilusión de ir así que hablé con Cultura y el premio lo recogieron mis padres. Y por suerte recibía el de Poesía Francisco Brines, que fue encantador con mis padres y para mi padre, que tenía sus lecturas, Brines era un poeta. Y ahora vuelven las ausencias porque ya tampoco está mi mujer. Pero yo vivo entre amigos. García Márquez decía que él escribía para tener amigos. Y yo digo que tengo amigos para escribir. Y es verdad, les debo a mis amigos una parte crucial de todo lo que he escrito
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