Sin sonido (por María Leonor Baquerizo Díaz Granados)

Me quedo atascada en el puente y me detengo por completo. Observo la larga hilera de autos detrás de mí. Me bajo y camino sobre un puente tambaleándose, y yo inmóvil, paralizada en un mundo de cemento humeante, sigo observando. Colores, números, caras, gestos, vapores, ruidos. Sólo silencio dentro de mí, como si esto magnificara mis sentidos. Acomodo mis anteojos y puedo ver, ahí está todo, como en un gran collage; el gesto del hombre se confunde con el del niño que llora y con la de la mujer que toca la mejilla de su compañero. La música del carro verde, suave y lastimera, con la salsa llena de movimientos que deja escapar el bus. El agua

que silenciosa corre sin prisa bajo mis pies, y el susurro del hombre que se justifica ante alguien por un teléfono, el casi imperceptible silbido que hace el tipo de la camioneta mientras juega con el cierre de su pantalón, lo sube y lo baja, lo sube y lo baja, sus ojos se desvían a ratos hacia las niñas del carro contiguo. Y los olores, todos juntos, deleitando y asqueado; mi estómago se revuelve entre el gusto y la reprobación. Y yo quieta, en silencio, sin un solo sonido interno que me distraiga, abstraída, sacada de este juego, de este afiche, o no sé qué. Poder atravesar el sonido, el viento. Poder caminar por el borde del puente, sobre el agua, por encima de sus cabezas, limpias, sucias, malolientes; sin protección, sin guantes, sin preservativos, sin mascarilla alguna. Poder cambiar todas las piezas de este juego, poder desarmar y dejar todo a la deriva, como un cuadro disparatado de un poeta loco que con su melodía se permite todo. Todo, menos desaparecer de este no mundo en el que se ha quedado paralizado, sin sonido, porque si se oye por adentro, no puede ver. La noche me regala una cara Ay, vida, ¡cómo te he temido!… Ay, seres humanos, ¡cómo os he odiado!

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