El Teatro de Sabbath (Philip Roth)

Sabbath acaba de cumplir 65 años y su vida parece tomar una cuesta abajo sin que se atisbe el final. No se trata de que la artrosis le haya alejado hace ya años de su teatro de títeres, inutilizando sus manos, su única herramienta de trabajo imprescindible. Se trata más bien de que todo lo que le rodea se derrumba.

Hace tan solo unas semanas que ha muerto Drenka, su amante eslava, la única capaz de seguir y aún exacerbar su sexualidad desbocada. Un alma gemela a quien sirve de faro y guía en los Estados Unidos, a donde llegó dejando atrás un convulso pasado y donde regenta un hotel próximo a la casa de Sabbath, junto a su marido y su hijo, agente de la policía local.

Pero también se trata de que Kathy una joven estudiante de la universidad local ha extraviado unas cintas en las que grababa las conversaciones telefónicas que mantenía con Sabbath, un arte de la obscenidad y la decadencia al que Sabbath se aplica con inusitado entusiasmo. La emisión radiofónica de parte de este material en un programa local a cargo de una feminista furibunda le lleva al ostracismo social y a la definitiva ruptura con Roseanna, su esposa, a la que solo se mantenía unido por el necesario sustento económico. Pero este final era previsible. Roseanna culpa a Sabbath de su alcoholismo y ahora que lucha por librarse de esta enfermedad con el apoyo de un grupo de alcohólicos anónimos va enlazando las causas que cree que le llevaron a este vicio y todas apuntan a su marido. Al menos, así parece hacérselo ver la directora del grupo, principal impulsora de la idea de expulsar a Sabbath de su casa y romper así el matrimonio ya maltrecho.

Y el mismo día en que es expulsado de su hogar, Sabbath ha conocido que un antiguo amigo del pasado, Linc se ha suicidado y va a ser enterrado en Nueva York. Hacia allí escapa para refugiarse en la casa de otro compañero de fatigas de esos mejores tiempos, Norman, un exitoso abogado al que conoció cuando comenzó a trabajar de titiritero en los años cincuenta en las calles de Nueva York donde protagonizó su primer escándalo: Haciendo teatro tras una cortina con los dedos de una mano (sin títere alguno), se dedica con los de la otra a desatar la blusa y el sujetador de una joven a la que atrae hasta el improvisado escenario. Cuando sus dedos se deleitan acariciando el pezón, el espectáculo es interrumpido por un policía y todos acaban ante el juez. La comunidad intelectual arma un pequeño revuelo convirtiendo al libidinoso Sabbath en un artista por encima de convenciones y límites morales, la comedia del arte y la vida. Así conoce a Linc y a Norman. Pero también a Nikki, su primera esposa, una joven de delicada sensibilidad que se convierte en la actriz principal de la compañía que funda el propio Sabbath. Pero el equilibrio pronto se quiebra y Nikki desaparece sin que nunca nadie sepa dar paradero de ella.

Vamos siguiendo los pasos de Sabbath en ese remontar el torrente de la memoria para recuperar los hechos esenciales en una narración en la que el pasado y el presente se congenian explicándose recíprocamente y trabando una relación de la que apenas podemos distinguir quién es realmente Sabbath. Y así, asistiremos al último proceso de degradación de Sabbath, mendigando por las calles de Nueva York, siendo expulsado de la casa de Norman, negociando la compra de un pedazo de tierra en el cementerio judío en el que esta enterrada su familia y, en última instancia, buscando la muerte que le libere de una vivencia plena pero atormentada que cree ya llegada a su fin. Pero el fin no siempre está donde se le espera o, simplemente, no está aún a la vista para desespero del desesperado.

El teatro de Sabbath a que hace referencia el título de la obra, bien puede dar cuenta del hecho de que para el protagonista, gobernado por un egocentrismo hedonista sin límite, todo el que le rodea es un mero objeto del que sacar partido, de quien valerse para lograr los propios fines. Pero esta idea nos hace perder de vista el hecho de que Sabbath es, al tiempo, un ser doliente que lucha por escapar de un pasado que el fantasma de su madre muerta impide borrar. Así, el propio Sabbath se convierte en marioneta de unas fuerzas mayores que le dominan y sólo logra expresarse a través de la provocación y el dolor que causa a su alrededor.

¿Maneja Sabbath los hilos de sus marionetas o es manejado como un  títere? Ésta es la pregunta a la que antes o después el lector deberá dar respuesta mientras avanza en las páginas de esta obra contradictoria y monumental en su empeño por dar cuenta de las pulsiones más brutales de los hombres.

Más allá del propio Sabbath, podemos trasladar la interrogante a nosotros mismos y, sin duda, somos títeres y titiriteros a partes iguales. La pregunta que nos quedará por responder es si, a diferencia de Sabbath podemos aspirar a una salvación, a la remisión de una culpa original que se esconde en su pasado y que poco a poco se va desvelando en las páginas de la novela de una manera conmovedora. Porque comprender a Sabbath no es justificarlo o aplaudirlo, es entender tan solo el complejo mecanismo de acción y reacción que todos guardamos en nuestro interior y que manejamos con mejor o peor fortuna.

El teatro de Sabbath es, sin ningún género de dudas, la obra más compleja de Philip Roth, tanto en ambición temática como respecto al curso de la trama, en el que las escenas del pasado del protagonista se van completando entremezcladas con su presente lastimoso. El modo en que trata a un protagonista tan poco atractivo, que roza la repulsión, es propio de un maestro que sabe mantener la tensión no a través del argumento, sino del juego de ir mostrando los matices que toda personalidad guarda, poco a poco, sin mayor prisa y en la que la voz de Sabbath se combina con la del resto de personajes para crear un verdadero coro, al modo de las tragedias griegas en el que al unísono se nos ofrece la imagen de Sabbath, el excesivo, el lúbrico y lascivo, el herido y amenazado.

 En una obra tan compleja, la labor del traductor (Jordi Fibla) merece especial reconocimiento al ser capaz de trasladar el lenguaje del sátiro y, sin tregua, el más íntimo del amante abandonado, sin romper la convicción del lector de que quien habla es la misma persona.  

Esa persona es Mickey Sabbath, un loco que llora frente al Océano envuelto en la bandera que cubrió el ataúd de su hermano, fallecido en misión de combate a bordo de un B-25 en algún lugar del Pacífico a finales de la Segunda Guerra Mundial, mientras trata de encontrar y nombrar todo aquello que perdió, lo que se fue para no volver, al tiempo que hace recuento de lo que ha rellenado ese terrible vacio que por fin nos es mostrado. Acompañar al viejo titiritero en su viaje es un empeño arduo pero que, como cualquier otro peregrinaje, encierra sorpresas y alegrías a las que ningún  lector debería renunciar.

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