El día en que no conocí a Paul Auster

Nuestra deuda, directa o indirecta, hacia la inteligencia narrativa de Paul Auster es una que todavía debemos aquilatar.

Por Fabrizio Cossalter

El 25 de noviembre de 2017 era un sábado; habíamos ido a Guadalajara para presentar en la FIL el libro de Salvador Elizondo Luchino Visconti y otros textos sobre cine. Antes de salir de casa, había guardado en la mochila, por si acaso, mi ejemplar de 1998 de Moon Palace, pues me había enterado de que Paul Auster se aparecería por allí.

Esa tarde, al llegar al abarrotadísimo recinto ferial, tuve que dirigirme hacia las oficinas administrativas para recoger nuestros gafetes. Pacientemente formado en la cola, estaba reflexionando en torno a las múltiples virtudes y a los escasos vicios de la actual democracia cultural cuando recibí un mensaje de mi esposa, quien acababa de vislumbrar la inconfundible silueta del novelista que más me ha acompañado desde la juventud, en las épocas de crisis, de duda y de desasosiego.

Una vez recuperados los dichosos gafetes, intenté lanzarme al encuentro de Paul Auster, pero era demasiado tarde, dado que Larissa –como es obvio– no había logrado retenerlo y, después de haber intercambiado unas cuantas palabras de cortesía y admiración con él y con Siri Hustvedt, no había tenido más remedio que dejarlos marchar.PLAYVOLUME

Mientras tanto, yo corría por los pasillos de la feria, pero lo único que alcancé fue el hombro derecho de la mujer con la que, en la fallida carrera hacia uno de mis escritores favoritos, me tropecé. La mirada entre fría y glacial de los presentes me permitió entender que el objeto del choque no era una persona cualquiera. Se trataba de Margarita Zavala, la ex primera dama y entonces candidata presidencial en ciernes, quien, a diferencia de sus guardaespaldas, me disculpó y se despidió con una sonrisa realmente amable.

Embargado por una sensación agridulce, no me quedó sino reconocer que nunca había estado tan cerca y, a la vez, tan lejos de los dos demonios que han dominado mi existencia: la literatura y la política…

II

Empecé a leer los libros de Paul Auster tras mi regreso de París, en el invierno de 1998. Peleado con mis padres, durante las vacaciones de Navidad me fui a vivir al departamento de un amigo muy querido, el cual, ante mi desánimo, me prestó la Trilogía de Nueva York Moon Palace, la novela con la que, quizás inopinadamente, más me he identificado a lo largo de mi vida y que, en cierta medida, ha marcado el compás de mi porvenir. La picaresca urdimbre de esas extravagantes andanzas, de esos inverosímiles encuentros representaba –para el joven ingenuo que fui y que en gran parte sigo siendo– lo que yo no era pero que hubiera deseado, en algún momento, llegar a ser.

Esas tramas extrañamente perfectas e inquietantes, tan sutiles como los sueños y las pesadillas de todos nosotros, fueron, hacia finales del siglo XX, algo así como el sello de un destino por compartir. Reconocemos sus filigranas, sean o menos las nuestras, porque les pertenecemos. Es decir, todavía debemos aquilatar la dimensión de nuestra deuda, directa o indirecta, hacia la inteligencia narrativa de Paul Auster.

III

Mi padre nació en mayo de 1947 y murió de cáncer a finales de enero de 2024. Él también era un hombre muy guapo y de pelo negro (luego gris), caracterizado por unos ojos de un azul muy intenso, además de ser, en su campo de estudios, un científico extremadamente brillante y reputado. En la cifra del año de mi nacimiento, 1974, están impresas, como en una especie de indescifrable anagrama –con una mínima inversión numérica–, la suya y la de Paul Auster, nacido a comienzos de febrero de 1947 y fallecido con 77 años en la misma estación en que Vittore Cossalter cumpliría 77 años.

En realidad, no creo que –más allá de un repentino, inesperado encanecimiento, ocurrido en el espacio de unas pocas noches, de una profunda pasión literaria y de un irreparable sufrimiento particular– algo de esto pueda de veras sobrevivir. Y, sin embargo, la “música del azar” continúa resonando en mi interior, como si de ella pudieran desprenderse, como chispas, unas minúsculas coincidencias, unas microscópicas mas vitales variaciones, cuya fantasmática presencia remite a quienes seguiremos leyendo y recordando, a pesar de todo. ~


TOMADO DE: https://letraslibres.com/literatura/fabrizio-cossalter-el-dia-en-que-no-conoci-a-paul-auster/

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