- Clickultura
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Amamos los poemas con balaceras
pero odiamos las balaceras,
dijo el tipo que fumaba cigarros con pitillo en la aparente calma
de una terraza soleada.
Ahora es de noche, sin embargo,
y la neblina desfigura el paisaje de edificios
y estira las luces de la larga línea
de postes.
La escena del crimen luce tan desoladora
que no hay asesino ni víctima ni móvil–
Pero si miras bien,
me vas a ver parado justo en el centro de esa intersección,
con los ojos abiertos…
–La puta madre:
esto no es en modo alguno
lo que quería decir.
Alguien sabe, pregunto,
por qué se nos han hecho imprescindibles
esos trucos de respiración y de postura
para siquiera soñar con pegarle al plato que atraviesa la oscuridad de nuestra habitación
y silba
y nos despierta de golpe.
El campeón de tiro, en todo caso, sueña que flota sobre el barrio
a media altura,
y reconoce con alivio que ese cuerpo marcado en tiza sobre
la pista
no es el suyo.
Pero no solo eso.
Reconoce tus ojos. (Sí, tus ojos).
Y sabe que si miras hacia arriba
por un instante
vas a ver las luces rojas y azules de los
patrulleros reflejándose en su piel.
Y sabe que te parecerá una imagen
gratuita y bella.
O monstruosa.