ILUSIÓN DE UN CIRCO DE VERANO

Por Leonardo Parrini

Nada me producía mayor ilusión que ver llegar un circo a la ciudad de mi infancia en primavera. Era una ciudad grande y llegaban grandes circos al Santiago de los años sesenta, y en los días de septiembre ocupaban un sitio baldío en las grandes Alamedas el Circo Bufalo Bill o el de Las Aguilas Humanas, procedente de los Estados Unidos. Avizorar la carpa multicolor, sentir el rugido de los leones que se oía desde las jaulas metálicas o ver deambular un payaso entre los carromatos que servían de vivienda y oficina circense a la vez, aumentaba mi ansedad por entrar a ver la función que se anunciaba en los altoparlantes.

El circo, esa suerte de arte teatral itinerante de antiguo origen donde cobraban vida personajes llamativos, acróbatas, payasos, malabaristas, escapistas, trapecistas, magos, entre muchos otros, era una promesa de alegría primaveral en septiembre. El Circo, su nombre que proviene de círculo de la antigua ciudad de los romanos, evocaba los días cuando en la arena central se hacían carreras de caballo, a diferencia del circo de hoy que se presenta bajo una carpa y los caballos, elefantes, leones o jirafas solo caminan realizando lucidas piruetas.

Sobre la explanada escénica volaban por los aires de un extremo a otro los trapecistas, hombres esbeltos y bellas mujeres que desafiaban a las alturas, y abajo un payaso creaba la ilusión de que la vida podría ser una eterna sonrisa. No faltaba el ilusionista que convertía esos instante en posibilidad real, haciendo aparecer y desaparecer cartas, sombreros, conejos, pañuelos o monedas ante nuestros incrédulos ojos. Solo ver la carpa del circo que llegaba a la ciudad, encendía nuestro entusiasmo por ese arte teatral milenario.

Similar sensación tuve este fin de semana al ver una carpa de circo en el parque El Ejido. Se trataba de una carpa pequeña, que se le atribuye a un “circo pobre”. Pero no. Era una carpa pequeña de pocos recursos, pero ofrecía un espectaculo rico en creatividad. Me acerqué y entré cuando la función estaba a punto de comenzar y anunciaban los números programados por el Verano de las Artes. Inauguró la presentación el Mago Isaac, acompañado de tres jóvenes que le asistían sobre el escenario. Durante su actuación, Isaac hizo gala de dominar los cuatro elementos fuego, agua, aire y tierra. De sus manos surgían pañuelos, cintas de colores y al toque de su varita mágica el agua entraba y salía de un recipente, mientras el fuego pasaba de una mano a otra o volaban por el aire copitos de nieve. !Cuánta habilidad había en el oficio del prestidigitador!

Le sucedió en el esecenario Ukumbi Teatro, grupo especializado en procesos culturales comunitarios, su elenco presentó la historia de una niña que su abuela le encarga buscar los ingredientes para hacer una colada morada y la muchacha recorre las regiones del Ecuador consiguendo lo solicitado. Durante su aventura nos enteramos de la procedencia de cada ingrediente en la variopinta diversidad natural del país.

Luego el escenario se colmó con la presencia de la Compañia Teatral La Totora, que hizo una parodia de un circo regentado por un pirata que convence a una adolescente para que se presente en una función, y al final termina engañandola respecto del pago prometido e insinuándole otros propósitos. La obra termina siendo una didáctica escenificada de porqué una niña no debe confiar en extraños. Cerró el espectáulo circence la Fundación Títere, con una animación sobre el escenario que sacó aplausos a grandes y chicos.

El circo que puso fin al Verano de las Artes en la carpa del parque El Ejido creo la ilusión, por una mañana soleada, de que la vida puede ser la inocente alegría que dura lo que tarda en pasar el verano

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