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Murió el poeta Hernán Miranda Casanova. La noticia me vino de lejos con esa distancia que ponen los años y que transitan los recuerdos en busca de la memoria. Esos años y esa memoria me llevaron a los días vividos en Chile, cuando el país era otro y nosotros los de entonces dejaríamos de ser los mismos. A Hernán lo conocí en los años sesenta en casa de mi padre, el escritor chileno Vicente Parrini, en Santiago. Eran los días en que los jóvenes de entonces nos habíamos propuesto cambiar el mundo sin sospechar entonces cuánto el mundo intentaría cambiarnos a nosotros.
Nacido en la ciudad de Quillota, en 1941, Miranda es un poeta de la llamada generación literaria de 1960. Estudió Castellano y Periodismo en la Universidad de Chile y es Magíster en Filosofía Política por la Universidad de Santiago, entre 1970 y 1973 se desempeñó en el Palacio de La Moneda como periodista de la Oficina de Informaciones de la Presidencia de la República.
Hernán fue un poeta silencioso, como alguna vez lo definió el crítico y escritor Juan Cameron, hablaba poco y se expresaba con su intensa forma de mirar y ver las cosas. Rompió su silencio poético en 1963 cuando un poema suyo fue publicado en la antología Cuba Si, junto a Neruda y otros poetas que cantaban a la naciente revolución cubana.
Iniciados los años setenta, Miranda publica el libro Arte de vaticinar, un conjunto de poemas premiados en diversas ocasiones con jurados integrados por los poetas Pablo Neruda, Nicanor Parra, Juvencio Valle y Jorge Teillier. Entre los años 1970 y 1973 se desempeña en el Palacio de La Moneda como periodista de la Oficina de Informaciones de la Presidencia de la República y en 1976 Hernán Miranda recibe el prestigioso reconocimiento del Premio Casa de las Américas por su obra La Moneda y otros poemas, volumen ampliamente difundido a escala internacional. Durante los años ochenta, Hernán Miranda publica Versos para quien conmigo va (1986), Trabajos en la vía (1987) y protagoniza un insólito acto de protesta contra la dictadura militar encerrándose todo un día en una jaula del Zoológico Municipal de Santiago, sentado en un escritorio frente a una máquina de escribir, vestido de oficinista. Vigilan la protesta los poetas Nicanor Parra y Enrique Lihn. Años después, publica los poemarios De este anodino tiempo diurno (1990) con que obtiene un premio del diario El Mercurio y el Premio Municipal de Santiago en 1991. Su bibliografía incluye, además, los libros Sonetos (1992), Décimas de nuestra tierra (1993) y Anna Pink y otros poemas (2000).
Sus inicios
La trayectoria vital de Hernán Miranda es en sí misma una historia literaria. En su ciudad natal vivió cerca de la línea del tren, un factor determinante en su infancia y posterior creación poética cuando escribe versos relacionados al suicidio de una mujer llamada Doralisa en la vía férrea. De su motivación literaria reconoce la influencia de los escritores Jorge Soza Egaña, su maestro de escuela, y del ecuatoriano Rafael Coronel. Pero su vocación arranca en firme luego de asistir a los funerales de Gabriela Mistral y presenciar el masivo homenaje y adiós que el país le brindó a la poeta, hecho que conmovió su decisión de dedicar su vida a la escritura. Otra mujer creadora que señaló su derrotero literario fue Violeta Parra, a quien Miranda entrevistó en su lecho de enferma del hospital San Juan de Dios en Santiago. La cantautora, en un gesto de gratitud, tomó su guitarra y le cantó una canción que fue aplaudida por las demás mujeres que estaban internada en la misma sala.
La trayectoria literaria de Hernán Miranda alcanza hitos importantes desempeñándose desde el año 2006 al 2008 como director de la Sociedad de Escritores de Chile, desde 2006 hasta y consejero del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, además de ser un miembro activo del Círculo de Periodistas de Santiago y ser postulado en dos ocasiones al Premio Nacional de Literatura de Chile 2008 y 2016, el cual no le fue concedido. Ante esta omisión el poeta Nicanor Parra, en esa ocasión, mandó el recado «díganle a Hernán que se promocione más».
No obstante, existe un consenso de la crítica en torno a la poesía de Hernán Miranda Casanova como “uno de los escasos poetas chilenos que desarrolló y mantuvo hasta el final su originalísima producción poética, despegándose del arrollador cauce nerudiano y de la pegajosa impronta antipoética y artefáctica de Parra, para encantarnos y sorprendernos con su registro particular, derrochando fino humor, la sátira amorosa frente a la vida y a la muerte, regalándome el permanente fulgor, mediante un rico lenguaje que expresa de la mejor manera el habla de la tribu”
Aquí estoy solo con mis pócimas, mis escalpelos,
mis uñas rotas, mis salpicaduras.
Aquí con mi intranquila conciencia.
Aquí con mi mundo perturbado.
Aquí, con mi cadáver desnudo sobre el mármol
y el tiempo que aquí debería ser abolido.
Somos los mismos. Los que tuvimos un día
la capacidad de asombrarse.