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Literatura infantil y juvenil.
La casa de la librería Rayuela, en la Germán Alemán y Juan Ramírez, al norte de Quito, se llenó no solo de gente sino de una contagiosa alegría. Las sonrisas brotaban al leer cada una de las páginas en las que se narran las peripecias y los papelones de Margarita, la protagonista, mas aún cuando ya ha llegado a la adolescencia. Risas que no pudieron contener ni los presentadores del libro, la terapeuta Gissela Echeverría Castro y el académico y actual embajador en Colombia, Gonzalo Ortiz.
Librería Rayuela cuenta con un amplio espacio interno lleno de estanterías con todo tipo de libros, así como con un espacio de lectura con elegantes sillones en el ala izquierda, un rincón para niños, y una pequeña cafetería, pues su cometido no es solo comercializar libros sino también realizar presentaciones, crear clubes de lectura, desarrollar talleres de creación literaria y conversatorios. La librería es también una travesura muy seria de Mónica Varea, quien -con la complicidad de su familia- convirtió su elegante residencia familiar en una librería en la que, junto a Cortázar, podemos saltar una Rayuela.
El libro trae nuevamente las aventuras de Margarita Bernal, aquella niña especial y traviesa que fue la protagonista de un par de publicaciones anteriores de la autora, como “Margarita Peripecias” o “Estás frita, Margarita”. En esta ocasión Mónica nos habla de una etapa difícil para Margarita, y para todos los niños y niñas que, en algún momento sin darse cuenta, habrán crecido rápido y se convirtieron en adolescentes.
En esta entrega, Margarita vive la preadolescencia, aquella puerta de entrada hacia esa etapa llena de cambios físicos y psicológicos. Por lo tanto, algunos de los puntos centrales de las historias que se abordan son la vergüenza, la necesidad de sobreponerse a las adversidades que van surgiendo, y la obligación de aprender a burlarse de uno mismo, ya que, para la escritora, “burlarse de uno mismo, es una forma de vida”.
El libro nos trae, con tintes humorísticos, la evidencia que todos tenemos fragilidad, que crecer no es fácil, y que la mirada, crítica y, sobre todo, el amor de los padres, son vitales para sus procesos de formación. Es un llamado de atención directo a los padres para ser más amorosos y comprensivos.