Indefensión (por Aminta Buenaño Rugel)

Ella tenía las piernas abiertas y esperaba.

Indefensión

Toda indefensa, su cuerpo se estremecía como la hierba al paso del viento.

Veía los surcos de su vientre como fértiles ramas a las orillas de un río. Un río que debía ser largo, azul y transparente. Sus pechos zozobraban alertados y la madeja de su lengua se estiraba salivando nerviosa, alterada, terca.

El corazón le latía a mil por minuto y la ansiedad se duplicaba atrevida. El desasosiego, el miedo –como la primera vez– no la abandonaba; y quizás no fuera la última, pero siempre era como la primera vez.

El hombre se acercó, abrió con delicadeza aún más sus piernas y preguntó con tono neutral mientras empujaba el espéculo: “¿Hace cuánto tiempo no se hace el papanicoláu, señora?”.

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